Arranco la reflexión con las palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ese la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (Juan 9,23-25). Anselm Grün comenta: “Cada uno de nosotros debe tomar su cruz y llevarla a lo largo del camino por el que llegamos a ser nosotros mismos”. Lo que equivale según C. G. Jung, al logro de la “totalidad”. Afirma: “Cada persona que quiera realizar su totalidad, aun cuando sólo de un modo aproximativo, sabe perfectamente que esto significa llevar una cruz”.
Volvamos al texto del Evangelio. Notamos, ante todo, que el cargar la cruz es cosa de cada día. Ahora bien, el evangelista Lucas vincula el ir en pos de Jesús cargando la cruz con la negación de sí mismo. En el original griego, la expresión equivale a “decir no a uno mismo, resistir la tendencia que el ego tiene de acapararlo todo y de quererlo todo para sí”. Hay que decirlo claramente, el texto ha sido interpretado como automenosprecio y autohumillación, siendo, por el contrario, un camino que conduce hacia una verdadera libertad interior, frente a la tiranía del ego, al considerarlo como absoluto.
San Mateo destaca el adquirir la vida, el procurarla, el ganarla. San Lucas, por su parte, se refiere a salvar la vida, conservarla. Los dos evangelistas nos quieren dar a entender que naturalmente los seres humanos tendemos a procurarnos la vida solos y a aferrarnos a lo que tenemos y no perderlo. Y pareciera que es comprensible y lógico. En la práctica no es así, pues no es posible mantener indefinidamente una vida física y mental del todo saludable y para siempre. Anselm Grün afirma, a propósito: “Quien quiere conservar a toda costa la vitalidad, la pierde. Se contrae y queda entumecido, que es lo contrario a la verdadera vida. Quien se aferra a su salud, precisamente por esto suele caer enfermo. La vida sólo resulta bien si nos liberamos de la angustia por ella y, simplemente, nos abandonamos a su curso”.
Es decir, que para vivir, y vivir relativamente bien, lo primero que he de hacer es desasirme de mí mismo, aspiraciones y necesidades, con el fin de que, yendo más allá de todo ello, descubra el verdadero fundamento que hay dentro de mí. En efecto, he de percatarme de que los bienes materiales del éxito y su reconocimiento, la salud y la fuerza no son la definitiva realidad del ser humano. Al menos para el creyente, se necesita un fundamento más profundo, y este fundamento no es otro, no puede ser otro que Dios.