Con ocasión de la ordenación de cinco nuevos presbíteros, expreso mi inmensa alegría por este regalo extraordinario que Dios ha hecho a la Arquidiócesis de San José. En efecto, la vocación es siempre un don de Dios. Es Dios quien los ha llamado, los ha elegido, y les ha confiado una misión particular; a saber, reflejar su amor a todos aquellos a quienes han de servir.
El amor es la esencia de la vida sacerdotal, pues el servicio al que son enviados implica, a imitación de Cristo, un constante darse, una entrega total para ser instrumentos de consuelo y misericordia. Los sacerdotes se constituyen en testigos alegres del Evangelio: “El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido” (Papa Francisco, Homilía 03-06-2016).
Siguiendo la reciente enseñanza del Papa Francisco, es importante también reflexionar sobre los desafíos que enfrentamos en nuestra vocación. El Papa mencionó, de modo particular, tres de ellos: la mediocridad espiritual, la comodidad mundana y la superficialidad. Estos desafíos están en el camino de nuestra vida sacerdotal, y debemos abordarlos con seriedad y dedicación.
Primero, vencer la mediocridad espiritual. Si en el Señor encontramos el origen de la vocación sacerdotal, aquel que es llamado debe reconocer la importancia del encuentro permanente con Él, pues el sacerdote, a pesar de tener muchas responsabilidades en su labor pastoral, debe ser, ante todo un contemplativo del Misterio. La cercanía con Jesús nos permite confrontar diariamente nuestra vida con la suya. Sin una relación significativa con el Señor nuestro ministerio está destinado a la esterilidad. El mismo Papa lo afirma, la pastoral se hace de rodillas.
Segundo, vencer la tentación de la comodidad mundana en la que se tienen las cosas más o menos resueltas y se sigue adelante por inercia, buscando el confort, dejándose llevar sin entusiasmo.
“Es triste cuando nos replegamos en nosotros mismos, convirtiéndonos en fríos burócratas del espíritu … No permitamos que esos vicios, los cuales quisiéramos arrancar de los demás y de la sociedad, se encuentren bien arraigados en nosotros. Por favor, estemos alerta a la comodidad mundana” (Papa Francisco, ídem).
Finalmente, vencer la tentación de la superficialidad: “Estamos obligados a entrar en el corazón del misterio cristiano, a profundizar la doctrina, a estudiar y meditar la Palabra de Dios; y al mismo tiempo a permanecer abiertos a las inquietudes de nuestro tiempo, a las preguntas cada vez más complejas de nuestra época, para poder comprender la vida y las exigencias de las personas; para entender de qué manera tomarlas de la mano y acompañarlas” (ídem).
En el fuego del amor por Cristo, hemos de movernos siempre, para no olvidar a los amados por Él, los pobres, los discriminados, los que no cuentan para la sociedad, aunque esto nos traiga incomprensiones y hasta improperios.