Costa Rica se caracteriza por tener la imagen de país verde ante el mundo, pero llama la atención que existan penas tan bajas para proteger lo que hoy nos hace distintos.
Resulta casi risible que las penas por daños al ambiente vayan desde días multa hasta tres años de cárcel, como si se tratara de delitos menores por la forma en que están tipificados.
Pensaríamos que, si queremos resguardar la riqueza que tenemos en flora y fauna, los castigos para quienes atenten contra ello deberían ser mayores, tal y como pasa con otros casos.
En este tipo de temas deberían estar enfocados los diputados y el Gobierno. Todos estarán de acuerdo en que urge una reforma a distintas leyes para elevar las sanciones por crímenes ambientales.
Son los propios fiscales ambientales quienes nos hablan de las bajas condenas que reciben este tipo de hechos que atentan contra la naturaleza y nuestro baluarte turístico.
¿Por qué las penas son tan bajas? ¿Acaso no nos interesa la vida silvestre? Casos como los de Gandoca-Manzanillo y Crucitas realmente dejan mucho que desear.
Necesitamos acciones y políticas tendientes a fortalecer el medio ambiente porque toda esta impunidad tiene un problema de fondo y es cómo el hampa está aprovechando las bajas penas.
Para nadie es un secreto que el crimen organizado podría estar detrás de este tipo de actividades, dado que cada vez evolucionan hacia nuevas formas para esconder ilícitos.
La tala en zonas protegidas, la contaminación y el comercio de especies exóticas son parte de las situaciones que estamos viviendo como sociedad, pero que la Ley no aparenta abordar de manera adecuada.
En otras palabras, las organizaciones van un paso adelantade con respecto a nuestra legislación y por eso consideramos urgente que se modernice la norma de la mano con las nuevas formas de delinquir.
No podemos cerrar los ojos frente a los sucesos de los últimos tiempos dejando que destruyan nuestras zonas protegidas a vista y paciencia de todos. Las autoridades competentes deben actuar.
El mensaje que estamos enviando es que cualquiera puede incurrir en delitos ambientales sin que pase mayor cosa. Ya es momento de abrir los ojos y comprender que no estamos siendo efectivos.
Actualmente la mayor parte del turismo que nos visita lo hace por nuestra fama de destino “ecológico”, ¿y qué estamos haciendo para impedir que lo destruyan más allá de los discursos ideológicos y la poses?
Todos tenemos una responsabilidad como sociedad y los medios de comunicación especialmente para evidenciar un problema que está lejos de resolverse.
Hay que tomar consciencia de si el sistema fustiga con la fuerza que se requiere los delitos ambientales. Ojalá pronto veamos a los actores que pueden hacerlo posible dar un paso al frente.
Si somos verdes, demostremos que no nos quedamos de brazos cruzados cuando alguien intenta destruir lo que nos pertenece y eso es la naturaleza, la mayor riqueza de Costa Rica.