Dra. Gabriela Lara
La osteoporosis es conocida como la “enfermedad silenciosa” porque se desarrolla sin síntomas hasta que ocurre una fractura que puede cambiar la vida de quien la sufre. Esta enfermedad está cada vez más presente, especialmente en mujeres posmenopáusicas y adultos mayores, repercutiendo en la calidad de vida de las personas y sus familiares.
Se produce cuando la generación de hueso nuevo es más lenta que la pérdida de hueso viejo. Puede ocurrir a cualquier edad, pero el riesgo aumenta con el pasar de los años. En general, una de cada tres mujeres y uno de cada cinco hombres mayores de 50 años sufrirá una fractura osteoporótica en su vida.
En Costa Rica, el riesgo de ingesta inadecuada de calcio es mayor al 92% en todos los grupos de edad. Además, en un estudio de la International Osteoporosis Foundation el 100% de los participantes reportó en 2022 un consumo insuficiente de vitamina D.
En América Latina, se estima que entre el 10% y 20% de las personas mayores de 50 años sufren de osteoporosis.
Las mujeres tienen un mayor riesgo de desarrollar este padecimiento debido a la disminución de estrógenos después de la menopausia, lo que acelera la pérdida de masa ósea. Entre los principales factores de riesgo para la osteoporosis se pueden destacar la falta de actividad física, la deficiencia de calcio y vitamina D, el consumo excesivo de alcohol y tabaco y el historial familiar.
Las consecuencias de la osteoporosis son graves, reducen la movilidad y el funcionamiento físico, afectando negativamente la calidad de vida. Algunas de las consecuencias de una fractura son la pérdida de movilidad, la disminución de la independencia y el aumento del riesgo de mortalidad. También puede causar depresión, aislamiento social y un estado de ánimo bajo.
El incremento de la población mayor ha aumentado la incidencia de la enfermedad, lo que ocasiona un problema significativo. En el Sistema Nacional de Salud tiene un impacto económico importante y la ocupación que representa para las familias y la sociedad se ve reflejada en términos de cuidados a largo plazo. Es indispensable el abordaje desde la prevención y el tratamiento oportuno para reducir el riesgo de fracturas.
Es de vital importancia mantener una dieta equilibrada que incluya proteínas adecuadas para apoyar la salud ósea y muscular y aumentar el consumo de calcio a través de alimentos como huevos, almendras, semillas de chía, leche fortificada y vegetales de hojas verdes.
También, es necesario garantizar la ingesta adecuada de vitamina D mediante la exposición al sol (antes de las 7:00 a.m. y después de las 3:00 p.m.) y de alimentos fortificados o suplementos e incorporar alimentos ricos en magnesio y vitamina K, como brócoli, espinaca y nueces.
Ejercitarse regularmente con entrenamiento de fuerza y resistencia con peso moderado o el mismo peso del cuerpo con varias repeticiones, complementando con ejercicio cardiovascular como caminar, nadar o andar en bicicleta. Siempre es importante tener la guía de un preparador o entrenador físico.
Empiece a hacer cambios en su estilo de vida y consulte con un profesional de la salud, como el nutricionista, para evaluar su ingesta diaria de alimentos y recibir un plan de prevención o tratamiento personalizado.