Este miércoles vimos la resolución de dos casos en los cuales quedó más que demostrado que no se puede confiar en nadie, pero también que las personas no deben abusar de la confianza que se les da porque esto genera consecuencias.
Se dieron dos sentencias en contra de sujetos a los que encontraron culpables de haber abusado de menores de edad aprovechándose de la inocencia de estos, de la necesidad que en algunos casos detectan los victimarios, pero sobre todo de la cercanía que había con las familias.
El primer caso es el de un hombre que abusó de una menor de edad que era la nieta de su pareja, sacando ventaja de que llegaba a ver a la abuelita, de la confianza que había logrado ganarse y, quizá del amor entre él y la mujer con la que tenía una relación, pero quien salió perjudicada fue la niña.
El otro caso, quizá el más mediático por tratarse de un exsacerdote y por la manera en la que había huido del país para no enfrentar la justicia, también tuvo un final que para muchos puede considerarse satisfactorio, porque lo condenaron por el abuso de uno de los jovencitos.
En cuanto a los otros caballeros, porque ya no son niños, y quienes también lo habían acusado, esas causas se desestimaron, sin embargo, luego de la sentencia también sintieron que les habían hecho justicia.
Quienes somos padres o en nuestros hogares convivimos con niños no podemos evitar sentir un hueco en el corazón al darnos cuenta de que los abusos lastimosamente están a la orden del día y cada vez nos genera más temor dejar a nuestros pequeños solos, porque precisamente quienes han cometido este delito han sido personas muy cercanas a la familia.
Quizá los hechos de este tipo en los que hay involucrado un sacerdote o alguien cercano a la iglesia preocupan tanto porque se supone que ellos están para ayudar a la comunidad, para aconsejar y guiar a sus feligreses, no para ponerlos en peligro.
Pero también este tipo de situaciones, testimonios y denuncias deberían provocar que hagamos un análisis de lo que estamos haciendo con nuestros hijos o, peor aún, con quiénes los estamos dejando.
Ser víctima de semejantes abusos marca de por vida, muchos terminan tomando decisiones lamentables tras ver que no pueden lidiar con lo que les pasó siendo unos niños o adolescentes. Otro tanto no logra mantener vínculos estables y constantemente tienen problemas para relacionarse.
No es deber de nadie más que los padres hacerse cargo de sus hijos, pero también resulta vital no confiar en absolutamente ninguna persona, porque no sabemos las intenciones con que se acercan a los más pequeños de la casa.
Desgraciadamente este mundo está podrido, lleno de gente de malos sentimientos y peor aún de malos pensamientos, porque no es posible que existan personas que se exciten tocando a un menor que ni tan siquiera se ha desarrollado.
Y lo que resulta aún más perverso es que estas personas se aprovechen de las necesidades económicas y hasta de afecto para lograr sus objetivos. Así, se acercan dándoles regalos, llevándolos a comer a lugares que saben que tal vez estos muchachitos no puedan visitar, haciéndoles conocer un mundo al que no tienen acceso y al que solo pueden seguir entrando si aceptan sus pretensiones.
Es importante entender que el dolor e impotencia de las personas vulnerables víctimas de tocamiento, acoso, exhibicionismo, pornografía y amenazas nos llenan de indignación, cuanto más al constatar que esas heridas son imborrables y afectan por completo la vida de los abusados.
Es momento de que, como adultos responsables, no nos callemos tampoco si vemos situaciones anómalas, denunciemos, porque si nos hacemos de la vista gorda somos igual de culpables que quienes cometen estos actos deshonestos y es como si fuéramos cómplices de estos tocamientos, pues no estamos haciendo nada para detenerlos.
Desde pequeños, a todos nos enseñan lo que está bien y lo que está mal y esto no cambia con el paso de los años, ni de generación en generación.