Tenemos varios días de ver cómo el ambiente en Nicaragua está bastante convulso. Primero cerraron varias oenegés, luego empezaron a incrementarse las diferencias con la Iglesia Católica.
El impacto de estas diferencias de criterio ha sido tan fuerte que ya en días pasados sacaron a la fuerza el sacerdote Rolando Álvarez, que se mantenía recluido en la curia de la zona, y ahora lo tienen detenido en su casa de habitación.
Muchos podrán decir que lo llevaron allí para que esté con su familia, pero estar en casa sin poder salir es parecido a la cárcel, hasta pareciera que esta es la condición preferida en Nicaragua para tener a los presos políticos, grupo compuesto por quienes están en contra del régimen de Daniel Ortega.
La condición física de Álvarez ha desmejorado bastante y es lo mismo que ha sucedido con todos los que quisieron mostrarse en contra del régimen en el que está el país, al punto que muchas familias no saben ni qué ha pasado con sus seres queridos, situación que a todas luces se torna preocupante.
En los países debiera primar la democracia, el respeto a las opiniones de los demás, así no sean las mismas que tenemos nosotros, porque eso hace patria. La situación no avanza si todo se impone sin que nadie refute nada. Es un tema de pesos y contrapesos, resulta vital que prevalezca la justicia en todos los países, porque esta es la manera ideal de construir oportunidades, avances y nuevos proyectos.
A nivel internacional se está haciendo un llamado para que la paz regrese al pueblo nicaragüense, después de todo lo que han pasado y siguen pasando, necesitan volver a la normalidad, ser capaces de salir a las calles sin que nadie sea detenido o tenga miedo de morir.
Y el comentado no es el único hecho anómalo ocurrido en el país vecino, esto nos hace pensar en lo importante de vivir en una democracia como la costarricense, en la cual a pesar de las desavenencias con los políticos todos podemos salir tranquilos a la calle a decir lo que pensamos y queremos sin el temor de que en cualquier momento nos detengan o nos asesinen solo por pensar de manera diferente.
Algunos dirán que son cosas que como país no deberían importarnos, que no se está dando en Costa Rica y un millón de excusas más, pero no obviemos que lo que suceda al vecino siempre nos termina afectando.
Si no veamos la crisis de 2018 cuando, como producto de las protestas, se empezaron a dar persecuciones por parte del Gobierno pinolero. Los enfrentamientos subieron de tono dejando bastantes muertos, pero además el flujo de migrantes para esta época creció a pasos agigantados y todos vinieron a dar acá, que es el lugar más cercano.
El país ya no aguanta otra oleada masiva de migrantes nicaragüenses, empezando porque la situación económica de Tiquicia ya no da para atender a los nacionales y además a los foráneos.
No hay país que aguante darle asistencia social a todos los que decidan venir a pedir refugio. Además, para nadie es un secreto que, a pesar de que son unos buenos vecinos, ya no hay oportunidades laborales para nadie, si no, no existirían las tasas de desempleo tan altas que tenemos en la actualidad.
Pero Costa Rica siempre se ha caracterizado por tener una gran cantidad de buenos samaritanos, y esto no lo podemos perder. Si en nuestras manos está el ayudar no dejemos de hacerlo, hoy estamos acá y mañana no sabemos qué vueltas puede dar la vida.