Mientras los discípulos permanecían confinados y llenos de temor, Dios les hablaba a sus corazones en el silencio, sin embargo, aturdidos por el dolor de la pasión y la muerte del Señor, no lograban escucharlo… ¿Cómo percibir la cercanía de Dios en ese doloroso escenario si, en contraste, todo indica su aparente olvido y su total ausencia?
Hoy nosotros como aquellos discípulos quisiéramos que Dios se manifestara e interviniera en nuestra vida y que, súbitamente, disipe toda oscuridad, pero… Dios guarda silencio. Recluidos en nuestras casas por el temor a la muerte que amenaza extenderse, levantamos la mirada y clamamos a Dios por consuelo y esperanza, mientras pedimos nos abra el entendimiento para discernir, a la luz de su Palabra, cuanto acontece. (Cf. Lucas 24,45) Ahora entendemos el verdadero significado de la paciencia que es soportar, “llevar a los hombros las cosas no agradables de la vida”. (Papa Francisco, Audiencia, 12 febrero 2018)
Enseñaba san Ignacio de Antioquía: “Quien ha comprendido las palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le conoce en su silencio”. (Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, XV, 2 (Sources chrétiennes 10, p. 84-85)). Y fue precisamente en el silencio, sin testigos ni aspavientos, cuando la resurrección aconteció, la piedra fue corrida, la tumba está vacía y el mundo perplejo reconoce que aquel “fracasado” que murió en la cruz por nuestra salvación ha vencido la muerte.
Cada uno de nosotros es portador de esa resurrección, de esa vida nueva en Cristo y debe dar muestra de que el Resucitado habita en nosotros. “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría”. Por eso “no huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”. (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n.3)
Vivamos la resurrección del Señor, de modo muy especial, en este contexto sanitario, social y económico tan desalentador, fruto de la emergencia de la pandemia del Covid-19, poniendo a disposición de los demás todos nuestros recursos y así poder dar servicio, acompañamiento y fortaleza a los más afectados.
Esta Pascua estará marcada por la solidaridad con aquellos que experimentarán una grave precariedad social o con quienes vivirán un intenso sufrimiento por la muerte de seres queridos. Como nos dice el Papa Francisco “ante la pandemia del virus, unamos nuestras voces al cielo” (Papa Francisco, Ángelus 22-3-2020) por ello, nuestra cercanía y fraterna oración con los más vulnerables.
Llevemos la alegría de Cristo resucitado al que se sienta desalentado, comenzando con quienes compartimos el hogar y el confinamiento sanitario en estos días y que, como sociedad, superemos el individualismo y descubramos cuánto nos necesitamos todos.