El Presidente Carlos Alvarado Quesada no es el primero que viola la ley, defiende su ilícito y lo reivindica, pero lleva a una nueva frontera los espurios argumentos de sus antecesores que comieron confites, firmaron decretos de interés público para favorecer la minería a cielo abierto “sin leerlos” o hicieron “negocios correctos” con instituciones públicas. Durante su comparecencia en Cuesta de Moras, dejó claro que para él la Constitución y las leyes son papel impreso sin ningún valor que se pasa por el arco del triunfo, con la total complicidad de su fracción legislativa, para la cual la norma es confundir siempre lo correcto con lo que les conviene. Al igual que usted, los “fines nobles” para justificar violar la Constitución son los que usaron los Chávez, Maduro, Ortega, Fujimori, Hitler, Pinochet o Franco, y tampoco es excusa decir alegremente que empresas de redes sociales acusadas en el Congreso de los Estados Unidos por uso ilegal de datos con fines mercantiles ya practiquen el espionaje y tráfico de datos. No solo es infantil aducirlo para justificarse, sino que raya en la desfachatez y el descaro. Quienes así piensan son los que justifican la corrupción como algo innato a la política, y no responsabilidad de las personas que la ejercen. Las preguntas del diputado José María Villalta desnudaron la arrogancia y soberbia, además de la acostumbrada petulancia presidencial, que intentó manipular a su favor su convenientemente confesada ignorancia como excusa en el despropósito de crear una oficina de espionaje en Casa Presidencial. Resulta curioso y llamativo que, quien en la comparecencia aduce no saber porque no se consultó a la Procuraduría General de la República, cuyo criterio es vinculante para la Administración, menos de 5 minutos después afirme que, como se le consultó a posteriori, no hay problema. Al parecer hay quienes sí saben cómo aprovecharse de su propio dolo. No es de recibo, señor Presidente, que nos diga que, como no es abogado, usted no sabe de decretos o leyes, porque aún el vaciamiento cultural provocado por Garnier Rímolo y sucesores (por cierto, familiar del Ministro sin cartera, pero con billetera, que le ordena a usted al oído) no había comenzado a mostrar sus estragos, cuando recibió usted clases de Educación Cívica en la secundaria de su muy caro colegio privado. Menos puede usted, señor Presidente, aducir ignorancia si en su hoja de vida resalta que fue usted asesor legislativo del diputado Salom y jefe de campaña de Ottón Solís, por tanto, obligado conocedor de la jerarquía de las leyes y de la responsabilidad que cabe en quienes las firman, salvedad hecha si ha confundido usted la pirámide de Kelsen para el Derecho, con la de Maslow para la administración de empresas. Aún si creyéramos en “la nobleza” de intenciones, señor Presidente, conviene responder algunas preguntas que de seguro, por falta de tiempo, los diputados no le hicieron: ¿Por qué no consultó a la Procuraduría General de la República un decreto que va a disponer de información confidencial de los costarricenses? ¿Por qué el decreto que usted firmó se brincó la oficina de Casa Presidencial, pagada por todos los costarricenses, para revisarlos y enviarlos a firma sin que violen la ley?, pero sobre todo, Señor Presidente, ¿por qué existen convenios con empresas privadas cuyos fines no son precisamente el bien común sino el mercantilismo puro y duro que harían uso de esos datos? ¿Cuáles son los beneficios para la ciudadanía de esos “convenios de cooperación”? Usted juró, señor Presidente, poniendo su mano en la Constitución y juró respetarla: ¿La leyó en algún momento? ¿Pidió acaso a algún experto que le explicara los alcances y obligaciones que tiene usted como Presidente de la República y sus responsabilidades?
Lo actuado por usted, señor Presidente, es una muestra del desprecio que en general, y de usted en particular, que la clase política tiene por la Constitución y las leyes; decir que “no leo por falta de tiempo” evidencia que la frase -por cierto, no de su autoría- usada en su campaña de: “el primer acto de corrupción es postularse a un cargo para el que no se está preparado”, aplicaba tanto para su oponente como para usted mismo. Dicen en Barrio México sabiamente que, “una cosa es que quieran agarrarlo a uno de chancho y otra que uno se deje” y aquí, señor Presidente, es claro que usted pretende agarrar de chancho a un país con sus buenas intenciones que no son más que la excusa barata para violar la Constitución y las Leyes de la República que usted juró defender y acatar.
*Comunicador