Soy una mujer divorciada de 31 años. Lo que voy a contarle me da vergüenza, pero sé que usted es un hombre de ciencia y por eso me dirijo a usted. En el trabajo varias compañeras venían hablando de que un compañero era muy bueno en la cama. Un día se dieron las circunstancias de acostarme con él, y no me pareció un buen amante. Lo comenté con ellas y me dijeron que seguramente yo estaba mal sexualmente.
Esta es una situación que ocurre con relativa frecuencia en estos tiempos en que se han experimentado grandes cambios en el comportamiento sexual de la población. Así, en algunos subgrupos sociales el sexo se ha convertido en una recreación más y es común que se hable de que esta o aquella persona es muy buena en la cama y como tal se anhela tener intimidad.
Sin embargo, es frecuente que muchos se sientan decepcionados al tener relaciones sexuales con estas personas señaladas como “buenas en la cama”, porque el sexo no resultó tan excitante, sino es que más bien fue apático o hasta desagradable. La razón es sencilla, los encuentros íntimos responden a los gustos individuales, propios y personales y como tal lo que a una persona le puede resultar agradable y excitante a otra le puede ser indiferente o hasta repulsivo.
En la esfera íntima interaccionan muchas variables, físicas, psicológicas, mentales, y emocionales, que son las que condicionan la plenitud del acto sexual. Aun cuando en nuestra sociedad se tiende a creer que los atributos corporales y la “mecánica” del acto sexual son más que suficientes, esto no es cierto. El sexo es mucho más que eso, o al menos puede ser mucho más que eso. El sexo que se limita a lo físico puede resultar gratificante pero rara vez trascendente. Por eso el concepto de “buen amante” es ante todo un concepto personalísimo, como lo suelen ser todas las facetas de la vida emocional, y lúdica.