No hay forma de escribir esta columna sin que cause una reacción y me exponga a la violencia verbal de algunos, pero no por ello voy a dejar de expresar lo que creo y pienso, porque amo a Costa Rica y respeto sus tradiciones.
Llegué a vivir a Costa Rica hace ya más de 46 años. Puedo decir que soy una migrante, casada con un joven que nació en el exilio y a su vez migró a mi país cuando aún era un bebé, junto con sus padres y un puñado de costarricenses que se establecieron en la Ciudad de México, adonde gozaron del cariño y el respeto de mis compatriotas.
A través de ellos, aprendí lo que era el dolor de vivir en el destierro y el anhelo de poder, en el caso de Rafael Ángel, conocer la tierra de sus ancestros, contemplar el azul de sus cielos y bañarse en sus mares, visitar sus volcanes, perderse entre los sembradíos de café y tirarse en la poza más cristalina del río, allá en Tapantí.
Sí, los ticos que conocí en casa del Doctor Calderón soñaban con volver a su tierra, como también lo hacían los españoles que habían huido del régimen franquista y compartían ese sentimiento de orfandad que tienen aquellos que por la guerra, el hambre, la persecución, la intolerancia, tienen que abandonar la Patria. Los indígenas llaman a la tierra Madre porque, cuando son arrancados de ella en forma violenta, se vive y se siente el desamparo hasta que la nueva tierra te adopta, te acoge con cariño y sus hijos se convierten en tus hermanos.
La mayoría de los migrantes solo buscan vivir en paz y tener una segunda oportunidad de vida; a unos más a otros menos les será difícil dejar su acento, sus costumbres, seguirán cocinando sus guisos y arrullarán a sus pequeños con sus canciones, porque una cosa es dejar su casa y otra dejar de ser quienes son como personas, traerán consigo sus tradiciones y su cultura, que poco a poco se irán mezclando y fundiendo con su nueva realidad. Así ha sido desde el inicio de los tiempos, dando origen a muchas naciones como la nuestra, que ha recibido a lo largo de su historia indígenas, españoles, africanos, italianos, alemanes, europeos, polacos, nicaragüenses, venezolanos, salvadoreños…
No faltará quien sea una mala persona, porque las hay en todas las culturas y razas. Personas dispuestas a causar problemas, sí, criminales dispuestos a todo, asesinos, ladrones, violadores, drogadictos, a los cuales hay que sacar de nuestras calles y las autoridades deben hacer uso de todos los recursos para erradicarlos, porque son un peligro para nuestra sociedad y porque nos están causando un daño mayor: están logrando exacerbar los ánimos de un pueblo pacífico al punto que algunos han mostrado su peor lado: el intolerante, el xenofóbico, el aprofóbico. Se debe rechazar al maleante, al criminal, al sinvergüenza que viene a hacer daño, pero no criminalizar a aquellos migrantes cuyo pecado es ser pobres y necesitados de un trabajo y un hogar.
Ha surgido, como siempre, una teoría de conspiración, que no deja de tener cierta lógica, a la luz de ciertos eventos anteriores en los que, de la nada, Nicaragua y Costa Rica entran en conflicto, eventos que casualmente se presentan cuando la vecina nación afronta problemas internos. Si no es una invasión militar al territorio, son problemas de navegación en el San Juan o comentarios ofensivos con respecto a la Anexión de Nicoya, que dan espacio para el enfrentamiento y la oportunidad de unir al pueblo de Nicaragua en contra de un enemigo común: Costa Rica, distrayendo así la atención sobre la crisis humanitaria, de Derechos Humanos y política que están viviendo.
Nicaragua pasa por uno de los momentos más difíciles de su historia reciente y por mera casualidad coinciden eventos como una supuesta quema de la bandera tica, amenazas en el Parque de la Merced por parte de los nicaragüenses, becas para estudiantes nicas y otras noticias falsas que circularon por las redes y que sirvieron para encender el amor patrio de algunos y la indignación de otros.
No debemos permitir que la aprofobia se apodere de nuestras calles, ni caer en la trampa de agitadores profesionales que buscan desestabilizar al país, enemistarnos con los nicaragüenses y mostrarnos al mundo como un país xenofóbico y contrario a los Derechos Humanos, porque la gran mayoría de los costarricenses somos gente de bien, amantes de la paz, solidarios, tolerantes y respetuosos de la dignidad de las personas.