Es un mito de Hollywood -no probado por la historia- el de que el Coliseo romano fue ensangrentado por los mártires cristianos al ser devorados por leones, aunque es cierto que ocurrió en muchos anfiteatros de la época como en el circo de Nerón, donde fue martirizado san Pedro.
En cambio, no es mito que hace un año el columnista del Washington Post, Jamal Khashoggi, entró al consulado de Arabia Saudita en Estambul, citado por las autoridades, y salió descuartizado. Y la tiranía saudí ha montado un circo sangriento para tratar de calmar a la opinión pública global: una corte condenó a muerte a cinco personas por el crimen.
Los agentes implicados trabajaban directamente para el príncipe heredero saudí, pero ni él, ni sus colaboradores cercanos, inicialmente acusados de ser los autores intelectuales, fueron condenados. La CIA concluyó que el príncipe heredero debió autorizar la operación.
Agnes Callamard, de la ONU, describió el juicio como la “antítesis de la justicia”. Amnistía Internacional dijo que era un “lavado de cal” y para el consejo editorial del Financial Times “los veredictos emitidos… llevan todas las características de un juicio simulado”.
Pero no solo en este estado terrorista ocurren ejecuciones, también en países como EE.UU. y Japón, donde acaban de ejecutar a un chino, condenado por el asesinato de una familia en junio de 2003. Espantoso crimen. Pero me pregunto ¿qué les decimos a los inocentes que fueron ejecutados anteriormente en muchos países? “Perdón, fue un error de cálculo”. No creo que este argumento sirva, no creo que puedan siquiera escucharlo.
El solo hecho de saber con certeza que en algún momento los tribunales se “equivocarán” y ejecutarán a un inocente es suficiente para terminar con la pena de muerte. Sobre todo si consideramos que los tribunales estatales -en todos los países- están “influenciados” por quienes los financian, los políticos que manejan el poder ejecutivo.
Pero aún más. ¿De dónde salió la idea de que, por la fuerza, con cárcel se reeduca a los criminales? Es pura venganza. Si el delincuente no es una persona normal necesita un tratamiento psiquiátrico, no ser encarcelado. Y si lo es, habrá que estudiar por qué delinque y solucionar eso.
Por caso, hoy la mayoría de los delitos están relacionados con el narcotráfico, entonces levantada la prohibición que pesa sobre algunas drogas dañinas, estos delitos desaparecerían. Creer que la solución consiste en encarcelar narcos no es serio porque serán reemplazados por otros y el delito continuará en tanto siga la prohibición.
Alemania liberó “por misericordia” a 1.200 presos en Navidad, excluyendo a los penados por delitos graves y, en realidad, solo les anticiparon la salida unas semanas. Desde el inicio de esta costumbre solo se conoce el caso de una mujer que, tras ser puesta en libertad, volvió a prisión por un robo.
“La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: ‘Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos’”, dijo el papa Francisco. ¡Qué fuerte! “El peor” incluye a violadores, descuartizadores de niños, a Stalin y Hitler… Dios los ama y nosotros los encarcelamos…
En fin, a medida que los humanos maduremos, entenderemos que la libertad es un don de Dios y que un hombre sin ella solo puede convertirse en una persona menos normal, no más sociable.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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