Quizás se torne extraño que, sin haber iniciado aún el tiempo litúrgico del Adviento, dedique unas palabras a la Navidad. No obstante, considero oportuno este momento para fijar nuestra atención en un acontecimiento que, desde la lógica comercial, ya se inició y se aleja de lo esencial, para nosotros creyentes.
La alegría y el festejo por el nacimiento del Hijo de Dios no puede ser confundida con una estrategia comercial que busca esa conexión emocional con un consumidor que, cada vez más, tiende a asociar esta época con compras, fiestas y excesos.
Mientras unos pocos disponen de un poder adquisitivo amplísimo, muchos viven en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana. Desde nuestra perspectiva cristiana no podemos permanecer impasibles ante el lujo que pulula junto a la miseria. La economía, el humanismo y los valores religiosos tienen aquí un punto de encuentro.
Para colmo de males, se sabe que la Copa Mundial Qatar 2022 va a acaparar no sólo el interés de una gran mayoría, sino un uso irresponsable del presupuesto familiar, debemos con mayor razón insistir en la urgencia de una verdadera conversión del corazón; que nos haga capaces de pensar más en los hermanos, en el bien de los otros para dar fundamento a nuestro compromiso solidario con los más necesitados. “La solidaridad, en efecto, es precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad”.
Aprovechemos, realmente, este tiempo de fraternidad en el que las enseñanzas del apóstol Santiago tienen tanta vigencia: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla” (St 1,22).
Bien nos enseña el Santo Padre al recordarnos que el problema no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. “Más bien, lo que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede acontecer a un cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada”.
Quiero, pues, exhortar a los fieles cristianos a poner en práctica, desde ya, el amor recíproco que nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. Que esa “Navidad vacía” se opaque ante el mensaje de Jesús que nos muestra el verdadero camino que nos hace felices.