La Jornada Mundial de la Paz convocada por el Papa Francisco, para el presente año, tiene como lema: “Nadie puede salvarse solo”. En su mensaje hace referencia a la crisis universal que significó la pandemia del Covid-19 y cómo esta experiencia debe interpelarnos en favor de la paz en el mundo.
Gran error sería hablar de la pandemia como un hecho pasado cuando esta sigue causando dolor en el corazón de muchas personas y familias, tanto por la pérdida de seres queridos como por las secuelas de la enfermedad. No se puede obviar lo que significaron el aislamiento y las restricciones a la libertad experimentadas. “Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad.” (Fratelli Tutti, n.33).
Sobre todo, con el “virus de la desigualdad”, la pandemia desnudó puntos débiles del orden social y económico mundial, sacando a relucir las más altas contradicciones y desigualdades, amenazando la seguridad laboral de muchos hermanos y agravando la soledad e indefensión de los más débiles y de los más pobres, en particular.
El Covid-19 nos obliga hoy a replantear el trabajo por una economía y una sociedad más justa, de hecho, este es un momento oportuno para cuestionar, aprender, crecer y dejarnos transformar, como individuos y como sociedad. La pandemia sigue siendo un desafío para replantear la dirección a tomar y, desde nuestra perspectiva cristiana una oportunidad para la conversión. Percatarnos que también debemos luchar contra la pandemia de la desigualdad.
Como este, hay otros grandes retos que nos interpelan como el cambio climático, las guerras, el hambre, la urgencia de un trabajo digno para todos, las migraciones forzadas y todos estos aspectos deben ser, verdaderamente, abordados de modo integral y solidario, sabiendo que sólo juntos en la fraternidad construimos la paz, garantizamos la justicia y superamos los acontecimientos más dolorosos.
Dejemos de lado las nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales. (Ídem, n.11). Este camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres, sin intereses ni privilegios y dispuestos a encuentros reales.
La mayor lección que la pandemia nos ha dejado es que nadie puede salvarse solo. Ya no podemos pensar solo en nuestro “yo”, sino que debemos pensar como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. La inclinación del ser humano a encerrarse en la seguridad de sí mismo, de su grupo, de sus intereses mezquinos está fuera de época.
A esto debemos sumar y de manera urgente, el colocar la vida espiritual en primer lugar, alimentándonos de la vida sacramental presencial. Que los valores fraternos propuestos por el Señor en el humilde pesebre de Belén, procuren la paz.
*Arzobispo Metropolitano