Hasta cuándo vamos a despertar para darnos cuenta de que la violencia ya ha tomado las comunidades, las calles y, tristemente, las casas y las escuelas. Podemos tapar el sol con un dedo y decir que no nos podemos comparar con otros países y tal vez sea cierto, pero que la violencia va en aumento es una realidad innegable. Preguntémonos si nos estamos acostumbrando a escuchar que a un individuo le dieron un tiro en la cabeza o que otro apareció degollado o que se armó una balacera en un barrio o que robaron la casa del vecino o asesinaron a unos padres frente a sus hijos. ¡Nada de esto es normal!
Analizar las razones por las cuales la violencia va en aumento nos llevaría muchas horas y al final acabaríamos responsabilizando a las autoridades, porque eso es lo más fácil, porque sentimos que son ellos los responsables de generar programas de prevención de violencia, porque debieran tener inteligencia para controlar las bandas del narcotráfico, porque dejan salir a los delincuentes de las cárceles sin que se hayan rehabilitado, porque no hay suficientes policías o cárceles, porque hay desigualdad y pobreza… y sí, en gran parte la seguridad de un país depende de las medidas que tomen las autoridades, de la capacidad de los cuerpos de seguridad para frenar la violencia, de los jueces que apliquen la ley, de la pertinencia de las leyes y de los programas de rehabilitación de las cárceles.
Razones hay muchas, pero ¿dónde nace la violencia? ¿En qué momento una persona se convierte en un asesino desalmado? ¿En qué momento se pierde el respeto por la vida? ¿En qué momento dejamos de respetar los bienes de terceros? ¿En qué momento dejamos de transmitir los valores con que se construyó nuestro país? ¿En qué momento la falta de respeto es motivo de admiración? ¿En qué momento pesa más el hambre que los principios?
Las autoridades pueden crear los programas de prevención de la violencia, pero la primera contención se da en el hogar donde se forma a niños y jóvenes, donde el ejemplo cala más que las palabras y si la violencia verbal, psicológica o física es una constante, esta será normalizada por sus miembros… y la sociedad.
Si a este fenómeno sumamos la fuerte disminución en programas sociales, educativos y de salud; disminución en becas, inversión en infraestructura escolar y oportunidades de empleo, nos damos cuenta de que estamos agregando motivos para que la deserción escolar, la pobreza y la falta de oportunidades reales se conviertan en la materia prima para alimentar el sicariato, el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia generalizada.
La violencia se respira en las calles y se lee en las redes sociales, la agresividad y el enojo son cada vez más palpables y lejos de buscar cómo poner coto a este fenómeno se incentiva la confrontación, la ira, el odio, la discrepancia al mismo tiempo que se mina la institucionalidad… una verdadera bomba de tiempo.
Es momento de hacer un alto y como ciudadanos reflexionar sobre los niveles de violencia que estamos viviendo y el aumento en la criminalidad y pongamos atención a la educación en el hogar y a la inversión social por parte del Estado.
Es imperativo que demos a nuestros cuerpos policiales las herramientas para combatir el crimen y no solo estoy hablando de armas, uniformes, chalecos, botas e instalaciones adecuadas, estoy hablando de capacitación policial y lucha contra el crimen, fortalecimiento de estrategias, apoyo psicológico y salarios acordes a su nivel de responsabilidad y riesgo.
Es urgente crear más programas de reinserción a la sociedad para los privados de libertad, de promover oportunidades de trabajo remunerado dentro de las cárceles que les permita mantener a sus familias, aprender un oficio, retomar estudios o contribuir con proyectos públicos. En 1992 los privados de libertad ayudaron a limpiar las ruinas de La Peni en momentos en que no teníamos recursos para iniciar la reconstrucción del viejo edificio y al interior de la Reforma el INA impartió cursos y algunas empresas llevaron trabajo. Es tiempo de reforzar nuestro Estado Social de Derecho, fortalecer la educación, así como los programas sociales y tomarnos en serio la amenaza que se cierne sobre nuestra querida Costa Rica. Mucho se puede hacer… menos minimizar la amenaza, normalizar la situación y aceptar que la violencia y el crimen tomen nuestro país.