Es mentira que en las democracias existan “representantes” elegidos, como bien señala Lysander Spooner. En todas ellas se usa el voto secreto, supuestamente para que el votante no sufra represalias al votar por alguien. Pero como quienes votan por el “elegido” lo hacen en secreto, no se sabe quiénes son, con lo cual ellos evaden su responsabilidad personal por las acciones de su “representante”. No puede haber un representante a menos que su representado lo nombre y se haga responsable por los actos de aquel. Por lo tanto, los elegidos no son representantes de nadie. También note que esos “representantes” no se responsabilizan por sus actos, sino que se esconden detrás de una inmunidad que se auto-recetan.
¿Cómo entonces pretenden esos “representantes” encarcelar o matar a quien niegue su autoridad de disponer a su antojo de la propiedad, la libertad y la vida de uno? Un acuerdo entre A y B para que ellos, por voto secreto, nombren a C como su representante para privarme de mi propiedad, mi libertad o mi vida no puede autorizar a C a hacer eso. C no es menos ladrón o tirano porque pretenda actuar en representación de otros que si lo fuera actuando por sí solo. Los individuos honestos y justos no tienen por qué actuar en secreto ni designar representantes para cometer actos por los cuales ellos no quieren responsabilizarse. Del voto secreto nace el Estado secreto, que es un grupo secreto de ladrones y tiranos. El déspota es más honesto. El déspota nos enfrenta y dice: “Yo soy el Estado, yo soy la ley, yo soy su amo, yo asumo la responsabilidad por mis acciones y respeto solo a la espada”.
Tristemente, muchas personas creen a ciegas en la democracia y el voto. Cada una de ellas cree ser libre porque le permiten una voz, entre miles o millones de otras, para decidir qué hacer con su propia vida y su propiedad; o porque le permiten tener la misma voz para robar y dominar a otras personas que otras personas tienen para robarle y dominarla a ella. ¡Y a eso llaman libertad o un honor! Sin ese “honor”, uno es considerado un esclavo, pero con él, es un ser “libre”. Pero la verdad es que uno no es menos esclavo porque le sea permitido elegir un nuevo amo cada cuatro años.
¿Cambiaría la esencia de la esclavitud si en una subasta de esclavos se le permitiera al esclavo elegir con cuál irse entre los postores que quisieran comprarlo? Si él eligiera según estas reglas, ¿podría interpretarse esto como la aprobación del esclavo a sus cadenas? ¿Cómo puede argumentarse que el ciudadano es libre en una democracia cuando ningún candidato está dispuesto a reconocer su derecho a ser realmente libre?
Antes los esclavos eran puestos en subasta y su destino era decidido por los caprichos de los postores. Hoy, las libertades de la población se subastan y sus derechos se venden o canjean según negociaciones políticas. Pero de la misma manera que la gente blanca no tenía derecho a comprar o vender personas negras, los políticos no tienen derecho a subastar las libertades de ninguna persona en cualquier país.
Por otro lado, como señala Ken Schoolland, si un político comprara abiertamente votos con su propio dinero, eso se consideraría un soborno. Pero se transforma en legal si, en vez de usar su propio dinero, el político usa el dinero de los contribuyentes para otorgarle favores o privilegios a quien quiere que lo apoye. De manera similar, es corrupción darle dinero a un político a cambio de favores, a menos que uno llame a esto “donación a la campaña electoral”. Pero cuando la población protesta porque su dinero se usa para comprar votos y poder, el político proclama que urge “sacar el dinero de la política” (y hasta gana votos por eso). Es otra mentira. Siempre que haya valiosos favores que vender, él sabrá cómo evadir las reglas.
La democracia es una forma de colectivismo, el cual niega los derechos individuales: la mayoría puede hacer lo que quiera, sin restricción alguna. El gobierno democrático es realmente ilimitado, por lo que la democracia en su esencia es una manifestación totalitaria.
La raíz ideológica de tal colectivismo es la premisa de los salvajes primitivos que, incapaces de concebir los derechos individuales, creyeron que la tribu es la dueña de las vidas de sus miembros, a quienes puede sacrificar cada vez que estime que es para su “bienestar”. Es un sistema de violencia institucionalizada, no un ente que protege los derechos y la libertad de cada individuo.
*Escritor