Los mecanismos de acción pertenecen, juntamente con el de idealización y agresión, a los mecanismos de defensa, a los que me he referido ya en un escrito anterior de esta serie. De todos ellos he de decir algo en sucesivas entregas. Empezamos por los de acción que son la agresión, la compensación y la transferencia.
En lo que concierne a la agresión, la persona, fracasada por dentro, arremete contra todo lo que se le presenta delante, personas, animales o cosas. Y lo hace por medio de palabras, gestos o actos. Hay que decir, y como lo afirman los entendidos, que la agresión no proviene de una determinada situación, sino de la frustración que padece el sujeto violento quien, y por lo mismo, puede convertirse en un agresivo habitual, más insatisfecho, más agresivo, círculo vicioso muy peligroso.
Los mismos entendidos distinguen entre agresión directa y desplazada.
La primera se da cuando el agresor ataca al causante de la frustración; la segunda cuando vuelca su furia en quienes nada que ver con el asunto.
Aquella mamá, maestra de profesión, que, habiendo tenido un “encontronazo” con el director de la escuela, llegada a casa, agrede por nada al hijo, y éste al “bulto” que se apresta a abrir para hacer la tarea…
Cronbach, en su psicología educativa, trae un buen número de formas de agresión de desplazamiento. He aquí unos pocos ejemplos: ataques físicos contra personas o cosas; ataques verbales, imprecaciones, blasfemias; excesiva competitividad en el deporte, agresividad expresada simbólicamente a través de cuentos, dichos, palabras; preferencia por historias de guerra y violencia… Y otras varias más.
Obviamente, que para superar las conductas agresivas hay que conocer esos mecanismos de acción que provienen de una determinada situación de frustración, la que se deriva, no de los demás o lo demás, sino de cada quien, de cómo “ve” a los otros o lo otro, lo que depende de cada quien.
Sigo, Dios mediante, otro día con el tema.