Lea de nuevo Mateo 14,22-33, que narra una tormenta en el mar de Galilea. Esas aguas, ese cieno, esas falsedades y mentiras son imagen gráfica de las situaciones angustiantes en las que se ve sumido el ser humano que lo amenazan ahogar. El remedio está en mirar a Jesús, el clamar a él y agarrarse firmemente a él en medio de la tempestad, en especial cuando la situación sea tan extrema como la muerte. Porque “Jesús, como se ha escrito, no solo caminó sobre las aguas del lago de Genesaret, sino también sobre las aguas de la muerte”. En efecto, al resucitar Jesús camina sobre esas aguas, y nos da la vida, la paz y la seguridad. En él y con él vencemos la angustia que supone la amenaza de tener que morir. Nos corresponde ahora a nosotros seguirlo, fijos los ojos en él, en el desenlace de su existencia, armados de una verdadera y firme fe.
Ahora bien, y como se pregunta Anselm Grün, monje benedictino y psicólogo: “Pero esta fe ¿ayuda verdaderamente a quien se siente atormentado por angustias indefinibles y oscuras, y ha caído en el caos y el torbellino de la corriente del inconsciente? Para muchos las palabras de la Biblia están vacías y carecen de significado. Su angustia es tan grande, que no puede ser anulada por la mirada dirigida a Jesús o por la meditación de relatos bíblicos”. Conviene tenerlo en cuenta, identificar a esas personas que necesitan absolutamente de una terapia excepcional llevada a cabo por un terapeuta que no padezca angustia alguna, ante aquellos que son tratados por él.
En general, hay que admitirlo, la fe religiosa no es capaz de liberar al ser humano que padece angustia en una situación difícil. Ahora bien, si durante una terapia o en el curso de un acompañamiento espiritual tomamos conciencia más objetiva y clara de las angustias, nos puede ayudar la lectura y meditación del relato de Mateo en su evangelio, pues ya no nos sentiremos tan solos con nuestra angustia al experimentar que viene hacia nosotros Jesús, capaz de liberarnos de ella o, al menos, aliviarla. Más aún si decidimos fijar nuestra mirada en él y su amor y poder.
A veces, se puede acudir a lo que se han llamado “pequeñas ayudas”: abrazar un santocristo, estrechar entre las manos la imagen de un ángel, mirar el cielo… La idea es asegurarnos de que no estamos solos. En todo caso, entender que el miedo angustioso puede caer sobre uno inesperadamente, a pesar de la fe y las terapias. Hay que aceptar el mal y, unidos a Jesús, convertirlo en bien ofreciéndolo al Padre por nuestra salvación y la del mundo, lo que me traerá paz y sosiego en medio de la tempestad como en el caso del relato del Evangelio.