En un mundo donde la incertidumbre geopolítica y la crisis climática marcan la pauta, la conversación sobre sostenibilidad se ha convertido en un imperativo más que en una simple opción. Lejos de estar en declive, la sostenibilidad está evolucionando y transformándose en un pilar clave para la competitividad y resiliencia empresarial.
Aunque la etiqueta ESG (ambiental, social y de gobernanza) podría estar perdiendo relevancia debido a la escasez de evidencia concreta y al fenómeno del greenwashing, la esencia de la sostenibilidad sigue vigente como una oportunidad para generar valor compartido y fortalecer la competitividad. No se trata solo de cumplir con normativas o impresionar con acciones superficiales, sino de integrar principios responsables que gestionen y minimicen los impactos negativos de las organizaciones. Al hacerlo, se robustece la resiliencia empresarial y se construye un futuro más próspero y ético para las compañías y sus grupos de interés. Los consumidores son cada vez más exigentes: han dejado de ser meros espectadores y ahora analizan con mayor escepticismo las prácticas empresariales que no reflejan un compromiso real con la sostenibilidad que, en este contexto, se vuelve más pragmática, estratégica y diferenciadora que nunca. La “sostenibilidad de mentirillas” puede estar en declive, pero la basada en un compromiso genuino está en su mejor momento.
Evidencia de la necesidad de un cambio
La falta de acción frente a los desafíos climáticos y sociales, evidenciada por ejemplo por el reciente derrumbe en San Carlos en pleno verano, pone de manifiesto la vulnerabilidad de nuestro país. Si estas situaciones se multiplican debido a la falta de prevención e intervención adecuada por parte del Estado, de las compañías e incluso de las comunidades, los peligros aumentarán y seguirán causando pérdidas, por ejemplo, en la distribución comercial, la producción agrícola y, en última instancia, en la desaparición de empresas incapaces de manejar estos retos.
El desarrollo sostenible debe ser una prioridad tanto para las compañías como para el Estado; de lo contrario, caeremos en una visión a corto plazo que socavará futuras oportunidades. Aunque, según el informe Estado de la Nación 2024, el Producto Interno Bruto de Costa Rica ha crecido, esto no se traduce en suficientes opciones laborales ni en una reducción de la desigualdad. Estamos en riesgo de generar un desarrollo económico insostenible debido a la falta de mano de obra preparada y calificada para aprovechar estas oportunidades. Desde la perspectiva social esto también es sostenibilidad.
El tiempo de hablar se ha agotado; ahora es momento de actuar. Las organizaciones deben demostrar resultados reales con datos concretos, dejando atrás las simples intenciones.
La colaboración entre compañías, gobiernos y la sociedad civil es esencial para enfrentar los desafíos globales. Esto implica trabajar juntos en prioridades compartidas, como la mitigación del cambio climático y la promoción de la justicia social.
La sostenibilidad debe integrarse en el núcleo de la estrategia empresarial, midiendo y gestionando los impactos de las operaciones, fomentando la transparencia y colaborando con los grupos de interés. Además, la inversión en innovación es crucial para desarrollar soluciones sostenibles que garanticen la viabilidad empresarial a largo plazo.
Finalmente, es clave recordar las palabras de Stephan Schmidheiny: “No puede haber empresas exitosas en sociedades fracasadas”. En lugar de preguntarnos si la sostenibilidad está en declive, deberíamos enfocarnos en cómo contribuir a su evolución y asegurar un futuro más sostenible y próspero para Costa Rica.