La ordenación de ocho nuevos presbíteros la víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción llena de alegría y esperanza a nuestra Iglesia particular de San José. Es un signo palpable de la presencia viva de Dios en medio de su pueblo y un momento de gracia. Pero, además, es una ocasión para reflexionar sobre la profunda conexión entre María, la Madre de Jesús, y los sacerdotes, vínculo que tiene su raíz en el misterio de la Encarnación y que alcanza su plenitud al pie de la cruz.
María, la Madre de Jesús, es también la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. Este título profundo y lleno de misterio nos invita a contemplar la relación única que ella desempeña en la obra de la salvación, no solo como madre de Cristo en su humanidad, sino también como la madre espiritual de todos aquellos que participan en el sacerdocio de su Hijo.
En el Evangelio de Juan, estando ella al pie de la cruz, Jesús se dirige a su madre y al discípulo amado con palabras conmovedoras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26-27).
Este momento es impresionante, es un acto de amor y una revelación profunda: María, como madre, toma en su corazón a todos los discípulos, pero especialmente a aquellos que, configurados con Cristo, están llamados a ser pastores de su pueblo. Así, María se convierte en la Madre espiritual de todos los sacerdotes, aquellos que, al ofrecer el sacrificio eucarístico, conmemoran el sacrificio de Cristo.
Benedicto XVI nos recordaba dos razones fundamentales en esa cercanía especial entre María y los sacerdotes: “porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre” (Benedicto XVI, 12 de agosto del 2009).
Al experimentar tanto gozo por la ordenación de estos nuevos sacerdotes, pidamos a María que como Madre amorosa los acompañe en su misión. Que ellos, como el discípulo amado, la reciban en lo más íntimo de su vida y encuentren en ella un refugio constante de amor y fortaleza. Que, con su ayuda, puedan vivir siempre fieles a su vocación y ser para el pueblo de Dios instrumentos de misericordia, sanación y salvación.
María, Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, ruega por estos nuevos sacerdotes que comienzan su camino al servicio de la Iglesia.
Que el entusiasmo y la generosidad del sí incondicional a Dios los colme siempre de alegría y paz en sus tareas pastorales, en beneficio de muchos, especialmente de los más necesitados.