En la espiritualidad cristiana, escuchar la voz de Dios en lo más profundo del corazón adquiere una importancia transcendental. Más que recibir mensajes, escuchar implica una conexión íntima y espiritual donde el alma se abre con humildad al Señor y, conscientemente, busca discernir y seguir la voluntad divina. Este proceso va más allá de la obediencia irracional, es una respuesta reverente y gratificante que transforma la relación personal con Dios y fortalece la fe en la vida cotidiana.
María es un modelo ejemplar de cómo escuchar a Dios. Desde que aceptó humildemente el plan divino para su vida hasta su continua reflexión sobre los eventos relacionados con su Hijo, ella muestra una profunda conexión espiritual y una disposición total para seguir la voluntad de Dios.
Ante el ángel Gabriel, María mostró total receptividad. Aunque inicialmente sorprendida, escuchó atentamente el mensaje del ángel, reconociendo en él la voz de Dios. Sin interrumpir, respondió con humildad y confianza: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).
María interiorizó esa palabra hasta el punto de convertirla en la razón de su vida. Su “sí” no solo refleja su disposición inicial para aceptar el plan divino de ser la madre del Mesías, sino que también guía todas sus acciones y decisiones posteriores.
Cuando visitó a Isabel y escuchó su saludo lleno de gozo: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre … Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lucas 1,39-45), María profundiza en el plan divino y alaba con gozo a Dios.
En la presentación de Jesús en el templo, Simeón, lleno del Espíritu Santo, reconoce a Jesús como el Salvador esperado y pronuncia una profecía sobre él. María, atenta y sin cuestionar al anciano Simeón, escucha sus palabras y las guarda en su corazón (Lucas,2, 25-35).
Más adelante, en las bodas de Caná, María demuestra su profunda convicción de escuchar y transmitir la voluntad de Dios al decir: “Hagan lo que él les diga” (Juan 2, 5). Con estas palabras, anima a los sirvientes a estar atentos y a actuar según la guía y el poder de su Hijo, mostrando su fe inquebrantable y su disposición para guiar a otros hacia la obediencia gozosa a Dios.
María, mujer de oración y escucha, muestra que su profunda relación con Dios no la aparta de las realidades concretas de la vida que se dan a su alrededor. Ella observa la dificultad que enfrentan los jóvenes esposos al quedarse sin vino durante la fiesta y discierne que solo Jesús es la respuesta en los momentos de confusión y angustia.
Pidamos humildemente a Dios que nos conceda la gracia de tener la misma disposición de escucha y acción que tuvo la Santísima Virgen María, que nos guíe en el cumplimiento fiel de su voluntad.
*Arzobispo Metropolitano