Recientemente el papa Francisco dio a la luz pública su primera encíclica, “Lumen Fidei”, la cual trata acerca de la fe. El documento se expresa prolijamente en términos de “transformación” del creyente pero, en el fondo, su discurso no ha variado un ápice la posición católico-romana sobre la fe, la salvación o la justificación por la fe (por cierto, tremenda omisión de la justificación, en una encíclica que trata acerca de la fe).
Según el Papa, no somos transformados por el Espíritu Santo para depositar la fe en Jesucristo para salvación, antes bien hemos de creer primeramente para ser transformados. Dice el Papa: “El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una criatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. El creyente es transformado por el amor al que se abre por la fe, y al abrirse a este amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá del mismo”.
No obstante, la Biblia nos enseña que la fe es un don sobrenatural y divino. El pecado y Satanás han cegado de tal manera a los hombres caídos (Efesios 4:18; 2 Corintios 4:4) que no pueden discernir el testimonio apostólico de la Palabra de Dios, ni “ver” ni comprender las realidades de las que habla (Juan 3:3; 1 Corintios 2:14), ni “vienen” al renunciamiento de sí mismos para confiar en Cristo (Juan 6:44,45), hasta que el Espíritu Santo los ilumine (2 Corintios 4:6). Solo los receptores de esta divina “enseñanza”, “persuasión” y “ungimiento” vienen a Cristo y permanecen en Él (Juan 6:44,45; 1 Juan 20:20,27). De esta manera, Dios es el autor de toda la fe salvadora (Efesios 2:8; Filipenses 1:29).
Según la encíclica, la fe no es el mero instrumento por el que se recibe y se aprehende a Cristo y sus méritos para salvación (a propósito, concepto de los méritos de Cristo, su vida de obediencia y su muerte en sacrificio, están ausentes en el documento; notable omisión, pues, ¿qué es lo que se va a creer para ser salvo?); sino, según el Papa, una forma de obediencia, una disposición obediente a Dios y, por tanto meritoria.
Continúa exponiendo en “Lumen Fidei”: “La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios”. Es decir, según esto, la fe mediante la cual somos salvos no está descrita en términos de confianza en los méritos de Cristo, sino más bien solo en términos de asentimiento, contrario a lo que enseñan las cartas apostólicas (véase “Epístola a los hebreos”).
“La fe en Cristo nos salva porque en Él la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma desde dentro, que obra en nosotros y con nosotros”. De acuerdo con lo expresado, el Papa afirma que la salvación se produce por causa de nuestra participación activa (meritoria) previamente a recibir el amor de Dios en Cristo. Aquí no se enseña, pues, el monergismo divino en la salvación (Filipenses 1:6) sino el sinergismo. No una salvación solo por gracia (Efesios 2:8) sino una salvación por obras (meritoria).
Se enseña una salvación, por tanto, por obras, aunque tal obra sea la fe. Una salvación, pues, que no se basa totalmente en Cristo para ser salvos y por consiguiente que no permite a nadie tener la seguridad de la salvación. Una fe que no proviene del llamamiento eficaz del Espíritu Santo. El Papa enseña en definitiva una fe que esencialmente no es solo recibir a Cristo y la salvación plena obrada por Él para los suyos, sino que es algo más, y es algo aportado por el hombre.
De la encíclica “Lumen Fidei” se deduce que Roma todavía identifica formalmente la fe con la creencia y ha agregado un refinamiento posterior al distinguir entre la fe “explícita” (creencia que conoce a su objeto) y la fe “implícita” (asentimiento ininteligible de cualquier cosa que la iglesia mantenga).
Solamente la última (que evidentemente no es más que un voto de confianza en la enseñanza de la Iglesia y puede existir con una completa ignorancia del cristianismo) se requiere de los laicos para la salvación. Pero una mera disposición de este tipo se aparta bastante del concepto bíblico de la fe salvadora.
Los reformadores restauraron las perspectivas bíblicas al insistir en que la fe es más que la ortodoxia, no solamente es “fides” sino “fiducia”, confianza personal en la misericordia de Dios a través de Cristo, que no es una obra meritoria, un rasgo de justicia humana, sino la apropiación de un instrumento, una mano vacía que se alza para recibir el libre don de la justicia de Dios en Cristo.
La fe es dada por Dios y es en sí misma el principio dinámico por el que brotan espontáneamente el amor y las buenas obras (Efesios 2:8-10), y esa comunión con Dios significa no un arrebato exótico de éxtasis místico, sino una fe de todos los días que nos une con nuestro Señor Jesucristo el Salvador (2 Corintios 5:7). El protestantismo confesional siempre ha mantenido esta posición.
*Teólogo, pastor Centro Evangelístico de Cartago