En su última edición, The Economist dedica uno de sus editoriales a los problemas que abaten hoy día a los sistemas de salud. Se refiere principalmente a los sistemas de los países ricos. Pero sus aprensiones y las razones que los justifican se aplican también a nuestro caso.
Señala que “El exceso de muertes se dispara a medida que los sistemas de salud se tambalean” y se pregunta: “¿Qué podemos hacer?”.
Señala que los daños son graves: “Un servicio peor de salud contribuye a un inmenso número de muertes en exceso. En Europa la mortalidad es 10% mayor a la esperada en un año normal. A mediados de diciembre en Francia y en Alemania la mortalidad era una cuarta parte mayor”. Y estos trágicos resultados se dan cuando el gasto en salud es el mayor jamás realizado, en buena medida por el aumento de salarios de médicos y enfermeros.
Entre las causas de esta situación destaca el envejecimiento de la población por la mayor esperanza de vida y la menor tasa de fertilidad. Las personas más viejas requerimos más gasto en salud, pues nos enfermamos más y nuestros tratamientos son largos y costosos.
Pero también la pandemia. Los efectos posteriores de la covid-19 nos dejaron con una población más enfermiza. Por otra parte, después de años de cuidarnos de los virus somos más susceptibles a las influenzas. Durante la pandemia muchos tratamientos de otras enfermedades fueron pospuestos. Además, los funcionarios de salud quedaron agotados del estrés sufrido durante las congestiones hospitalarias y aún hoy día el aislamiento de pacientes con covid exigen medidas adicionales que consumen tiempo y recursos de los hospitales.
Se requiere o bien aumentar la productividad del sistema de salud o incrementar los recursos. Las causas de la tensión de los sistemas de salud de los países más desarrollados se dan en nuestro país. El rápido y profundo cambio demográfico, las consecuencias de la pandemia en oferta y demanda de servicios de salud, la continuación y el incremento de los casos de covid y de otras infecciones virales.
A pesar del éxito de la vacunación en el pasado, todavía existe una buena parte de la población no protegida contra los más graves efectos de la pandemia ni contra la gripe. Y tenemos poca capacidad para aumentar los recursos.
Es más, sabemos que las fuentes futuras de financiamiento de nuestro sistema de salud son insuficientes y perversas por su efecto contra la generación de empleos formales.
También sabemos que la prevalencia de enfermedades de adultos mayores es un reto difícil de superar.
A los pacientes con justificación los agobian las prolongadas esperas para su atención, dadas las largas listas de otros pacientes que hacen fila para obtener los servicios.
Con democracia y estado de derecho, paz y desarme, respeto a los derechos humanos, políticas y realizaciones ambientales y educación, nuestro sistema de salud ha sido con razón motivo de orgullo nacional. Y entre todas esas joyas nacionales tal vez la más destacable por sus resultados es la relacionada con la salud.
Ya a principios del siglo XX Costa Rica a pesar de su pobreza colonial tenía logros en esperanza de vida similares a los países más desarrollados de América Latina. A principios del siglo XXI nuestra esperanza de vida en América solo era superada por Canadá, la mortalidad infantil se había reducido drásticamente y la organización institucional de nuestro sistema de salud era elogiada por la Organización Mundial de la Salud tras la reforma llevada a cabo por tres administraciones de 1990 a 2002.
Pero enfrentamos graves riesgos, difíciles retos y problemas financieros.
El estudio “Retos y propuestas para el Sistema Nacional de Salud” de los doctores Edgar Robles y Jorge Cortés, publicado el año pasado por la Academia de Centroamérica, analiza con seriedad el tema.
La salud es fundamental para el bienestar humano, debemos con prontitud debatir y acordar soluciones.