Es así: en la vida, la “culpa” será a veces de otro; en ocasiones, mía; eventualmente, de nada ni de nadie. (Adrede puse entre comillas culpa porque normalmente no hay culpabilidad, aunque sí responsabilidad). ¿Por qué será? ¿Por autodefensa? Con demasiada frecuencia se culpa a los demás o demás de lo que nos pasa…
Hay situaciones que explican una mayor o menor capacidad de tolerancia ante la frustración. Una persona bien pertrechada de una visión de las cosas, positiva y clara, será casi inmune a la frustración y, por lo mismo a la intolerancia; una persona carente de esos pertrechos, lo será menos; una cansada, enferma, afectada por algún grave problema, si no se mide es probable que por cualquier cosa se exalte y explote. En todo caso, conviene estar “atentos y desvelados”, como enseña el filósofo estoico Epicteto, para no sentirse frustrado y ser víctima fácil de la intolerancia.
¿Cómo fomentar la tolerancia? Lehner-Kube señala algunos modos de hacerlo, y pienso que los padres de familia y los educadores los habríamos de tener presentes para que, con nuestro ejemplo y palabra, los transmitamos a los hijos y educandos: 1) Toma de conciencia de lo que hacemos y sus efectos para nosotros mismos y los otros. El estar “despiertos”, que dice Tony de Mello. 2) El buen humor. Ser más flexibles (no alcahuetes e irresponsables) a la hora de reinterpretar y revalorizar los objetivos, dentro de los imponderables que inciden en ellos para bien o para mal. Y, en todo caso, saber reírnos de nosotros mismos ante resultados inesperados que no nos han de hacer perder la calma y el gusto por la vida. 3) Aprender a distinguir las acciones que ayuden a superar una situación frustrante y los sentimientos que, más bien, oscurecen la mente. Si se fija, los sentimientos nos mueven a centrarnos en lo mal que nos sentimos y nos ponemos peor; mientras que las acciones nos mantienen atentos y esforzados en lo que podemos hacer que quizás, es poco, pero es mucho, es todo, cuando hacemos lo que podemos y debemos hacer.