Un dañino duopolio cementero domina por décadas un mercado esencial para el crecimiento económico del país, manipulando precios a su antojo. Un empresario de medio pelo del sector construcción se convierte en héroe nacional al importar cemento desde el lugar más remoto de la geografía mundial, logrando aun así colocarlo más barato que el producido en el propio terruño. De la noche a la mañana se convierte en un magnate con decenas de valiosas propiedades, un helicóptero rojo y otro plateado, una lujosa casa en una montaña por la playa, y una impresionante red de amistades y contactos en las más altas esferas del poder político.
Una ex-abogada de una de las municipalidades más pequeñas del país -en población y recursos- dona dinero a un pequeño partido político que renuncia a hacer campaña y da su adhesión a otro que resulta ganador en las elecciones presidenciales. El máximo dirigente de ese pequeño partido termina nombrado como director de la agencia de seguridad nacional, a pesar de que el presidente electo prometió dos cosas en campaña: cerrar la agencia, y no nombrar en un puesto público al citado dirigente. La generosa abogada es premiada con un puesto en la junta directiva del segundo banco estatal más grande del país, eventualmente convirtiéndose en su presidente.
Un exitoso exgerente bancario con una cercana amistad con el dirigente político convertido en director de seguridad nacional, y casado con una socia del pequeño empresario devenido en magnate, termina siendo nombrado gerente del segundo banco estatal, sin concurso público.
Un presidente al que le sobra el tiempo se reúne con cuanto ciudadano le pida audiencia, así sea para presentarle un modelo de negocios privado en el que el Estado no tiene vela, o para llorarle porque alguien muy muy malo está hablando mal del visitante. Con esa política de puertas abiertas, nuestro pequeño empresario devenido en magnate es recibido al menos 6 veces por distintos funcionarios -ministros, exministros, asesores- en Casa Presidencial y, por supuesto, en al menos una ocasión por el presidente. El presidente es acompañado en esa reunión por el dirigente político devenido en jefe de espionaje, detalle “menor” que es omitido “por error” por su departamento de prensa ante la consulta de algún periodista pasado de necio.
Varios diputados muy serviciales cabildean desinteresadamente a favor del pequeño empresario de los helicópteros rojo y plateado y mansión en la montaña por la playa, el gobierno complaciente modifica las regulaciones que le permitirán importar el exótico cemento, y el segundo banco estatal más grande del país toma la decisión de promover y financiar la importación de cemento. Pero solo el proveniente de uno de los países más distantes en el mapamundi.
Nuestro pequeño empresario hace una compra multimillonaria de cemento en un remoto país, que es casualmente el que el segundo banco estatal desea promover y financiar. El barco con el cemento zarpa antes de que el reglamento de importación haya sido modificado, y cuando ya viene en altamar, el segundo banco estatal aprueba un “pequeño” crédito de $30 millones al pequeño empresario devenido en magnate, con una garantía de menor calidad que las exigidas a otros clientes. Otros bancos estatales, o controlados por grandes amigos del dirigente político convertido en James Bond Tico, sueltan otras platillas por ahí.
El dinero es girado a la cuenta de una sociedad fantasma que está casualmente inscrita en el país cuyo cemento el segundo banco estatal más grande desea promover, que no está relacionada con el productor del cemento -aunque su nombre suena muy parecido-, sino con el nuevo magnate de la avioneta set costarricense. El jefe de la Fiscalía, alertado por algún ciudadano incómodo, no ve nada raro, dice que en nuestro país cualquiera tiene sociedades de papel, y desestima el caso.
El presidente de la república esquiva el tema durante varias semanas, pero con el paso del tiempo va adquiriendo dimensiones escandalosas. La paciencia del presidente bonachón que solo tiene dos relojes y tres sacos termina por colmarse, y se dirige al país fuera de sí. Las yugulares amenazan con explotarle, y él amenaza a quienes exigimos la transparencia que él mismo nos prometió.
“Cuando me equivoque, corríjanme; cuando me pierda, búsquenme; cuando flaquee, denme fuerzas. Si no les escucho, reclámenlo”, nos dijo al tomar posesión de su alto cargo. “Los tengo identificados, sé quiénes son… lo que están haciendo, lo que buscan y quién los está financiando”, nos dijo aquella aciaga tarde, rodeado de sus espadachines que oficiosamente le reían las gracias.
¡Cómo cambian los tiempos! ¡Cómo cambia el talante! ¡Cómo cambia el discurso!
Esto no es ficción, aunque quizás a Carlos Fuentes le interese ensayar una versión costarricense de La Silla del Águila. Yo pagaría gustoso el impuesto por ver en Netflix una serie titulada La Silla de Cemento, o de cómo al mejor mono se le cae el Zapote.