El dolor que sufre el pueblo afgano con la retirada del ejército de EE.UU. muy posiblemente impacte la política de la potencia del norte, al menos en el futuro cercano, y limite su participación en guerras para construir democracias.
Los cuadros dantescos de la salida del ejército de Estados Unidos de Afganistán no pueden ser más conmovedores. Los desgarradores videos de las personas que intentan huir agarradas al fuselaje de un avión que levanta vuelo y que pierden su vida al caer son testimonio del terror que vive una parte de la población afgana ante el retorno del dominio talibán.
Los resultados que ha producido la salida de los gobiernos que hace 20 años invadieron Afganistán son peores a lo que se podría haber imaginado. El Talibán controla hoy mayor territorio que en 2001 cuando los aliados invadieron Afganistán, y tiene mucho más y mejor armamento con lo capturado al ejército afgano. Afganistán queda con una ganancia limitada y muy frágil. Las mujeres muy posiblemente volverán a sufrir las indignantes limitaciones de la sharía talibana.
Para mí es evidente que el final de esta larga guerra reitera la futilidad de pretender imponer una cultura democrática por la fuerza de las armas.
No era concebible que los EE.UU. dejara de perseguir a los organizadores de la barbarie terrorista contra las Torres Gemelas del 11 de setiembre de 2001. Perseguir a Osama bin Laden y a Al-Queda que habían causado la muerte de 2.966 personas en su territorio era un imperativo para ese país. Pero no es razonable incurrir en los enormes costos en vidas y recursos de esa larguísima guerra.
Los resultados para la política internacional de los EE.UU. son muy negativos: ¿Qué confianza podrán tener sus amigos ante la evidencia de su abandono a los aliados kurdos en la lucha contra ISIS en el norte de Siria en 2019 y ahora a los afganos que enfrentaron a los talibanes?
Es claro que el problema surge desde sus inicios. La lucha contra Al Qaeda de 2001 no tenía que convertirse en el intento de imponer un estado democrático centralizado y unitario a un conglomerado de comunidades con lealtades localistas y tribales, en una topografía disgregada, con una compleja composición étnica y situada en una zona geográfica que ha sido por siglos teatro de confrontaciones violentas. La cultura cuenta.
La democracia occidental y el estado de derecho se han venido desarrollando durante milenios de avances y retrocesos y descansan en una cultura que surge incluso de elementos azarosos. Ni siquiera en nuestro hemisferio americano, cuna de la primera democracia moderna, ha sido posible imponer la democracia. Basta el ejemplo de los reiterados intentos fallidos en Haití.
No creo que los EE.UU. estarán convidados a nuevas incursiones militares para imponer la democracia después de esta dolorosa tragedia afgana y de la participación del Presidente republicano George W Busch que inició una guerra generalizada en Afganistán, del Presidente demócrata Obama que incrementó la participación militar, del Presidente republicano Trump que negoció una salida con los talibanes sin acuerdos en protección del pueblo, de los colaboradores, ni del gobierno aliado de Afganistán y del Presidente demócrata Biden que ordenó el retiro militar que produjo la caída del país en manos de los talibanes en 10 días.
Con esta experiencia y las de Vietnam, Irak, Siria y Líbano parece difícil que se vuelva a considerar de interés para los EE.UU. iniciar guerras para imponer su modelo de gobierno. El Presidente Biden señaló en su discurso de la semana pasada que no lo harán para defender los derechos humanos.
Esto significa que Cuba, Venezuela y Nicaragua solo podrán recuperar las libertades de sus ciudadanos si tiene éxito la lucha interna con apoyo diplomático y moral de los demócratas del mundo.
Este desdichado final de la intervención de EE.UU. en Afganistán y las frustrantes luchas de los pueblos cubano, venezolano y nicaragüense por recuperar su libertad también nos deben crear conciencia -a los costarricenses y a todos los latinoamericanos- de lo difícil y costoso que es recuperar una democracia. Los ciudadanos debemos defender la integridad de los procesos democráticos, la vigencia de las instituciones del estado de derecho, la eficiencia de los gobiernos y la rectitud de las políticas públicas y de los políticos. Es muy difícil rescatar la democracia liberal cuando se pierde.