El modelo medieval que aprisionaba el pensamiento, el orden social y político en una espiral de estancos ubicados en forma piramidal, sufrió una fisura que abrió el camino para la existencia humana en el centro del mundo y la liberación de las ataduras en una época que condensa la aspiración por la autonomía de la razón.
Ciertamente, “yo pienso luego existo” (Descartes,1637) quebraba un largo episodio de la historia y expulsaba a la Iglesia respecto de la tutela de la razón, debilitando, además, la alianza entre la alta jerarquía feudal y la Iglesia. El Renacimiento enfatizaba la cultura, desplazando el centro económico y social del campo a la ciudad.
El conocimiento y la verdad, consecuencia lógica de la aproximación, explicación y justificación racional de los fenómenos recorría los eslabones de la deducción, cuyos esquemas matemáticos modelan sobre la realidad decantándose en grandes conquistas e investigación científica. Ese hilo conductor tiene continuidad como lo advierte Engels en Socialismo Utópico:
“…No reconocían autoridad externa de ningún género. La religión, la concepción de naturaleza, la sociedad, el orden estatal: todo lo sometían a la crítica más despiadada; cuanto existía tenía que justificar los títulos de su existencia ante el fuero de la razón o renunciar a seguir existiendo”.
Se incorporaba una fértil visión de mundo, a la vez que se inauguraba una tendencia por su reconstrucción, orientando su mirada en lo humano, la colocación del ser en el centro de universo y las promesas de la modernidad. Sin embargo, como dice don Quijote de la Mancha: “…La razón de la sinrazón que a mi razón se hace…”, hoy la burguesía heredera de ese esplendor que daba paso a grandes obras universales, entre otras, el Estado Moderno.
A la luz de la teoría ese Estado, se ponía en función de satisfacer necesidades sociales en un abanico cultural cuyo suelo ideológico se fundaba en la promesa del devenir. Empero, divorciada del pueblo desde su nacimiento, ahora se apresta a romper el pacto social, ajustando la legislación para la deconstrucción del Estado y su institucionalidad restringiéndolo a ente controlador (vigilancia policial). Esto es significativo, toda vez que, no es meramente un formalismo, sino el derrumbe vivencial que le sirve de sustrato.
El neoliberalismo que asola la esfera de la convivencia humana, deteriorándola, ha trazado una ofensiva, cuyos nubarrones opacan el Estado que se pretendió justiciero. Tanto la revolución científico-tecnológica, inteligencia artificial y robotización, son aportes, empero lo que destruye la humanidad es la política económica antisocial que engendra desigualdades odiosas.
Esa política neoliberal destierra: las artes, los valores que otrora orientaron proyectos enriquecedores de vida. Se desplaza el equilibrio que debe existir entre las ciencias duras, sociales y humanas, por el afán de riquezas y explotación, amén de poner en peligro el planeta. Y la pobreza: expresada en dolor que produce hambre; la explotación de grandes masas, no es nueva, pero sí dramática, ¡acaso no levantaron los europeos incluyendo los Estados Unidos majestuosas ciudades! Y lograron el desarrollo industrial de sus naciones sobre la explotación de pueblos que convirtieron en colonias. El movimiento neoliberal encarna su proyecto en viejas fórmulas donde hay vencedores y perdedores sí, y a los últimos los considera harapos.
El pensamiento evoca la razón, en tanto disciplina la vida. Empero, el calculador y expropiador de riquezas inmensas consolida, además, privilegios en la economía de mercado donde todo se vende, todo se compra y, el comprador manda: ¡ahí no entra ningún rayo de humanidad!
“Tampoco pretendo pasar por original. Las ideas que profeso, no las defiendo porque otros las hayan defendido, ni porque hayan dejado de defenderlas: las profeso porque mi razón me dicta que son las verdaderas”.
Véase Descartes en Discurso del Método