No solo el apellido Cruz lleva el nuevo presidente de la Corte Suprema de Justicia, don Fernando Cruz Castro. Lleva sobre sus espaldas, sin duda alguna, lo que bien podríamos simbolizar como una pesada cruz. Muy duros y críticos son estos tiempos para nuestro Poder Judicial. Y lo digo con pleno conocimiento de causa.
Como sabemos, el pasado 1 de agosto, la Corte Plena designó por un período de 4 años a su nuevo líder con la duda en el corto plazo de su posible o no reelección en el cargo de magistrado en poco más de dos años. Habrá que esperar por dónde correrán los vientos legislativos en las reelecciones que se avecinan para poder vaticinar el comportamiento político en torno a este tema.
A inicios de la década de los años 80, empecé a laborar en el Poder Judicial. Me correspondió el honor de trabajar en la Secretaría de la Sala Segunda y en la Presidencia de la Corte, muy cerca de don Ulises Odio Santos, don Fernando Coto Albán, don Miguel Blanco Quirós, don Edgar Cervantes Villalta. Como compañeros en la magistratura tuve a don Luis Paulino Mora Mora, doña Zarela Villanueva Monge, don Carlos Chinchilla Sandí y a don Fernando Cruz Castro. He podido ser testigo directo de ocho presidencias de la Corte Suprema de Justicia en los últimos cuarenta años de historia del Poder Judicial con realidades y características muy diferentes en cada caso. Podríamos afirmar que en cada uno de los períodos presidenciales ha habido distintas cruces y con diferentes pesos. Pero al final de cada historia, tristemente cada presidente terminó llevando su cruz prácticamente solo, sin el apoyo de los demás y en algunos casos, hasta traicionado vilmente.
Hoy le corresponde sobrellevar una pesada cruz a mi querido amigo don Fernando Cruz. Con él pude compartir los ideales de la justicia por más de dos décadas. Vivimos grandes momentos y gratificantes experiencias en los albores del movimiento asociativo de la judicatura de nuestro país. Ambos éramos jueces integrantes del órgano directivo de la asociación en medio de los resquemores de la Corte que nos veía como alboroteros y rebeldes sin causa. Dimos luchas conjuntas en distintos temas: los famosos e improvisados megadespachos; la negativa de abrir a los jueces de carrera la posibilidad de las magistraturas suplentes; la puesta en marcha de la carrera judicial para dar estabilidad a los jueces; la defensa de la independencia de los jueces y la aplicación del régimen disciplinario; las reformas procesales de los años 90; entre muchas otras peleas de aquella época.
Fueron muchas las vivencias, incluso hasta musicales, que tuve el privilegio de compartir con don Fernando en el mundo judicial. Después de conocer algunos entretelones de la elección, confieso que su designación me produjo una profunda alegría. Y no dudo de la conveniencia de su nombramiento en los momentos actuales del Poder Judicial.
Conociéndolo bastante bien, aceptar la postulación no debe haber sido una decisión nada fácil para don Fernando. Nunca se ha caracterizado por ser una persona que ambiciona el poder, pero sí un ser humano con gran espíritu de servicio. Con gran sentido crítico de la realidad y agudo pensamiento, ha defendido la judicatura y su independencia con gran pasión. Y seguirá haciéndolo indudablemente para bien de nuestro Poder Judicial.
Le espera a don Fernando una labor mesiánica, insospechadamente pesada y muy desgastante a nivel personal. Sobre sus espaldas deberá cargar esa pesada cruz repleta de grandes desafíos que tendrá que afrontar con gran paciencia, tenacidad, energía y gran sentido autocrítico. Debe ser capaz de poder constitutuir un verdadero equipo de trabajo con sus pares y el personal de apoyo directo e inmediato. Ya solo eso, es una tarea bastante compleja por las luchas de egos internas y el sistema feudal imperante en la Corte. Ni qué decir de los muy diversos conflictos de intereses existentes.
Pero una vez logrado lo anterior, considero que don Fernando debe además concensuar una agenda institucional que establezca meticulosamente las prioridades esenciales con los ejes de acción que resulten verdaderamente innovadores para impactar positivamente en los aspectos gerenciales y de gestión institucional. Debe ser capaz de pasar de las buenas intenciones a las acciones concretas y de alto impacto en resultados para mejorar los deficitarios servicios de justicia que recibe la población. Una agenda sobrecargada de decenas de proyectos, lo que generará es una mayor ineficiencia y una falta de concreción de resultados como ha sucedido lamentablemente hasta el momento.
Por otra parte, solucionar el problema de la credibilidad en el Poder Judicial no es ciertamente una cuestión de magia o de ciencias ocultas. Por supuesto que un importante grado de confianza en el sistema judicial lo dan sus jueces y funcionarios. Y en esa parte, hay una gran responsabilidad in eligendo de la Asamblea Legislativa y del propio Poder Judicial.
Pero la credibilidad, la confianza y la buena imagen en el sistema judicial, solo será posible alcanzarla cuando se sustente en una buena realidad. Y esta buena realidad debe descansar en la capacidad de alcanzar resultados concretos y positivos en la gestión de una justicia como un verdadero servicio público de calidad. Si no se entiende de esa manera, seguirán pasando otras dos o tres décadas con una cruz que se hace cada vez más pesada al transitar por caminos de piedras y de soluciones perdidas. Confiamos en usted don Fernando.
Como siempre, muchas gracias por ser parte de estos \”Diálogos sobre Justicia\”.
*Exmagistrado de la
Corte Suprema de Justicia
Socio Fundador de Decálogo Abogados
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