Días atrás regresando de Puntarenas, comencé a observar los tramos aún visibles de la antigua vía férrea, que aún se asoman a intervalos entre la aridez de sol y la sedienta plegaria de los secos matorrales y de pronto; ¡oh explosión de recuerdos y nostalgias de tiempos pasados!, cuando mis padres y mis tías de niño me llevaban de paseo al “Puerto”, ¡y por supuesto en tren!
Esta profunda emoción solo podrían comprenderla, aquellos que hayan tenido alguna vez la oportunidad de solazarse con el murmullo del “chi-qui-chi-qui” de los vagones rechinando historias sobre la vía férrea; y es que el tren no solamente es una urgente necesidad y una impostergable solución para agilizar el transporte público y de carga, sino también, un nostálgico reencuentro con nuestras raíces vernáculas, y un acercamiento a la idiosincrática sencillez de nuestro pueblo. ¡Ah!; ¡el tren!; encantador hechizo para los que alguna vez tuvimos la dicha de aspirar desde sus andenes el olor a campo y a boñiga, a tierra mojada y aguacero distante, a hierba recién nacida o recién cortada, pero, sobre todo, viajar en tren es pasar con el alma en vilo, trashumando la intimidad de pueblos y caseríos, regados -como al descuido- en la distancia.
Esto para muchos es un poco difícil de visualizar, acostumbrados como estamos a transitar indiferentes las fachadas de la vida, ese “falso frente” que muestran las casas de nuestros barrios, escondiendo -en el fondo-, la realidad que transcurre por dentro; de verdad que uno se siente exaltado, compungido y melancólicamente conmovido por el privilegio inaudito de meterse; ¡en el propio patio de las casas!, y penetrar extasiado la intimidad más secreta -como decía el enorme Carlos Salazar Herrera- “de la angustia de la gente y sus paisajes”; y es que el tren no pasa “por fuera”; ¡PASA POR DENTRO!, nunca se podría tener más certeza de viajar lúcidamente más vivo, ¡que cuando se viaja en tren!. En el tren se puede aspirar el aroma intangible de las begonias, helechos y geranios colgando en el corredor trasero de las casas, y nos permite adivinar el entorno, a menudo relegado y caótico, de la inmensa tristeza y la discreta alegría que habitan nuestros barrios y caseríos; el tren atraviesa el solitario corazón de la gente, va pitando por la estrecha longitud del olvido, devora distancias como si fueran durmientes, y de camino, va bendiciendo gallinas, chanchos, vacas, cual blindado y bonachón San Isidro Labrador.
Cuando viajas en tren, te ladran perros trasnochados amarrados a la pata de la cama de sus dueños; en el tren han nacido amores de verdad (no como esos de cantina y de farándula), por algo el tren ha sido el medio de locomoción más icónico y legendario, después de los antiguos carromatos y carretas en la historia de la humanidad.
Ya es hora de habilitar de nuevo el servicio de trenes, no solo en la Gran Área Metropolitana, sino también a Puntarenas y a Limón; incluyendo la construcción del canal seco, lo que significaría no solo un invaluable ahorro y beneficio para el país, sino que además representaría la consecución de un anhelado sueño nacional, además de por un evidente interés monetario, con mucha más razón, por la sencilla, poética y fantástica aventura, de un simple, maravilloso y mágico… ¡VIAJE EN TREN!
*Poeta y músico