Queridos Hermanos: Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma.
Como nos enseña el Papa Francisco: “La misericordia renueva y redime, porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios… y el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón de piedra es transformado en corazón de carne (cf. Ez 36,26), capaz de amar a pesar de su pecado.” (Papa Francisco, Carta Pastoral: Misericordia et misera, 20 de noviembre del 2016, n.16).
De hecho, la misericordia se describe como un encuentro íntimo y personal entre Dios y el ser humano. Es un acto de amor de Dios que busca encontrarse con la humanidad en su misma condición. Dios toma la iniciativa al salir a nuestro encuentro para transformarnos, para cambiar ese corazón de piedra duro, frío e insensible, por un corazón de carne lleno de compasión y capacidad de amar.
Más aun, la misericordia no es solo un acto de perdón, sino un encuentro profundo que tiene el poder de cambiar el corazón humano, permitiéndole amar y ser amado a pesar de sus imperfecciones.
Por todo esto, les invito a orar confiadamente: “Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien… mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas”, (Misal Romano, III Domingo de Cuaresma).
Así, aliento a todos a enfocar la búsqueda de la misericordia y su impacto transformador en nuestras vidas. Nuestra apertura a la misericordia no solo transforma nuestra relación con Dios, sino que también impacta positivamente nuestras interacciones con los demás.
Jesús enseñó la importancia de la misericordia y el perdón, y en el Padre Nuestro, pedimos “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6,12). Esta conexión entre recibir misericordia y ser misericordiosos es fundamental.
Pero, también, “la cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos necesariamente. La tentación de quedarse en la ‘teoría sobre la misericordia’ se supera en la medida que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración”, (Carta Pastoral: Misericordia et misera, n.20).
Que cada día sea una oportunidad para practicar el perdón, mostrar compasión y compartir el amor que hemos recibido. Recordemos que la misericordia es nuestro camino hacia la santidad.
Al practicar el perdón y la compasión, proyectamos la luz de la misericordia que hemos recibido. De esta manera, el que ama mucho perdona mucho.
¡Que toda nuestra vida resplandezca en la luz de la misericordia!
**Arzobispo Metropolitano