Es muy verídico el refrán de que el exceso de poder corrompe, por eso la persistencia de algunos sistemas de gobierno e institucionalidad en la historia han sido un serio problema para las sociedades. En nuestra tradición democrática, concretamente en los primeros años de vida republicana, Costa Rica sufrió periodos de acomodo sociopolítico con varios golpes de Estado y la manipulación del poder por parte de las oligarquías cafetaleras y de caudillos militares como Tomás Guardia. Sin embargo, después de la polémica dictadura de los Tinoco, se entró en una época más, con gobiernos parsimoniosos en todo aspecto, donde figuraron grandes estadistas como don Julio Acosta, Cleto González Víquez, Ricardo Jiménez Oreamuno o León Cortés Castro.
Pero lamentablemente con el advenimiento de al menos dos gobiernos del Partido Republicano Nacional en la década del 40, el panorama de probidad se empezó a empañar con una corrupción en primer término ideológica (por la injerencia del comunismo y otros aspectos nocivos) que luego trascendió a los fraudes electorales, lo cual hizo explotar los hechos del año 48. Tomado el poder por las fuerzas al mando de José Figueres Ferrer y después de un lapso en el que gobernó una Junta de Facto (por 18 meses) se sentaron las bases de la Segunda República, y el poder se le entregó a don Otilio Ulate Blanco.
De allí en adelante, el país volvió a un periodo más estable, y empezó a lograr notable desarrollo socioeconómico, es más puede decirse que fueron los años de mayor gloria del siglo 20. Entonces, desde 1949 hasta 1970 se gozó de sistemas y programas de gobierno bastante eficientes. Después de los años 70, una serie de aspectos adversos se empezaron a conjugar, entonces apareció el engendro de la inflación condicionada en gran parte por la fluctuación mundial de los precios del petróleo, a eso se sumaron las malas políticas monetarias y de producción a lo interno, así como una creciente deuda externa, una creciente burocracia, el desmedido poder de los sindicatos, los casos de peculado en los altos mandos públicos y la injerencia del narcotráfico en las altas esferas políticas. Es por eso que, cada vez se fue haciendo más común el descubrimiento de toda clase se delitos de cuello blanco en los gobiernos, además comandados por los partidos mayoritarios.
Pero este asunto es de no acabar, al punto de ser muy sonados los casos del Fondo de Emergencias, el descalabro del desaparecido Banco Anglo, luego los escándalos Caja-Fischel, ICE-Alcatel, la malversación de fondos para Vivienda donados por Taiwán, las irregulares negociaciones con Bonos comprados por China, además se ha dicho que el Gobierno y sus instituciones públicas no destinan toda la “billonaria” cantidad de dinero presupuestada para el mejoramiento integral de ese país; ¿será que esa platita se la han guardado algunos vivillos para comérsela en confites?, a todos eso podemos sumar quizás el mayor caso de corrupción llamado “Cochinilla”, aunque ya en la décadas anteriores se rumoraban este tipo de hechos entre las empresas constructoras adjudicatarias de grandes proyectos viales; entonces podrían surgir varias dudas, ¿desde hace cuánto tiempo exactamente estas situaciones se tenían escondidas?, ¿cuántos gobiernos del pasado hicieron lo mismo, incluso con las generosas donaciones que otros países han hecho? Con razón el progreso infraestructural y social desde hace años no se ve como debe ser.
Por todos esos desmanes es que cada vez el pueblo se desencanta más, al darse mucho descontento y la duda ante los politiquillos, lo cual se refleja o se pasa la factura al creciente abstencionismo electoral. Y es que tales hechos han llevado a que la copa se desborde, al punto que la corrupción ya significa una verdadera “pluscorrupción”. Y en informes y evaluaciones de nivel internacional, sobre actos de corrupción pública de las naciones, Costa Rica cada vez presenta más mala reputación y pierde las mejores posiciones con respecto a los países que, de verdad tratan de combatir el mal de la corrupción.