Es particularmente desgarrador ver lo que está pasando actualmente con tantos asesinatos de nuestra juventud, a la vista y paciencia de las autoridades nacionales y locales.
Lo que antes eran hechos aislados que solo ocurrían en otras latitudes del país o en el extranjero, se han convertido en algo cotidiano.
Todos los días hay muertos, balaceras, robos y asaltos, pero lo más impactante es que los involucrados, tanto víctimas como victimarios, son adolescentes, cuyas edades oscilan entre los 14 y 20 años.
Estamos en una grave encrucijada de inseguridad ciudadana a nivel país, lo que nos ha vuelto indiferentes e inhumanos frente a este gravísimo deterioro social. Ya el olor a sangre nos es común.
El grado de inconsciencia social colectiva es tal, que ver a los jóvenes morir en las calles ya no nos estremece hasta los tuétanos. Somos indiferentes e indolentes ante esta situación salvaje.
Hoy nuestra juventud, totalmente utilizada por falta de oportunidades y por un sistema que los excluye, se involucra en actividades delictivas para satisfacer sus necesidades ante la ausencia de empleo, estudio, deportes y sana diversión.
Por ello, eligen lo fácil, accediendo a dinero mal habido pero inmediato, aunque tengan que pagar con sus propias vidas.
Al extremo de que sus problemas cotidianos de consumo, trasiego y venta de drogas los resuelven al mejor estilo del sicariato.
Peor aún, han adoptado esta práctica como una nueva moda y una forma de actuar, obtener dinero y hasta de convivencia social.
Lo lamentable y grave es que entre ellos mismos se están matando.
La inseguridad en nuestro cantón central de Puntarenas ha alcanzado tal nivel, que ni en los centros educativos los jóvenes están seguros.
Hoy se han dividido entre buenos y malos, y muchos de ellos están armados hasta los dientes con armas de alto calibre y también hechizas. Ahora, cuesta distinguir a qué bando pertenecen.
Informes criminológicos señalan que la juventud porteña está siendo utilizada, como quien dice: se descubrió el agua tibia.
Las mismas autoridades policiales y judiciales están más que informadas sobre como la delincuencia organizada ha venido ganando terreno, sin embargo, no actúan con la determinación y el esfuerzo que la situación exige.
El mensaje ya está dado: nuestros jóvenes porteños están en pie de guerra entre ellos mismos, pero lo más claro de todo es que no son los culpables, sino el resultado de una sociedad y las malas políticas públicas de los Gobiernos.
Tomar el control únicamente a través de la fuerza policial solo puede conducir a una situación aún más prolongada y compleja.
Es urgente cambiar el rumbo antes de que sea demasiado tarde.