La percepción de la Iglesia como una simple agrupación de personas, unidas por objetivos comunes, reduce la grandeza de su identidad y misión.
Evidentemente, hay intereses que promueven esta visión horizontal de la Iglesia, en particular, algunas corrientes ideológicas y movimientos sociales que tienden a ver a todas las instituciones, incluida la Iglesia, bajo una luz puramente sociológica.
Por ejemplo, algunos actores políticos ven a la Iglesia como una fuerza social que debe ser alineada con sus agendas o, en algunos casos, neutralizada si consideran que sus enseñanzas y acciones interfieren con sus objetivos. Esta visión trata a la Iglesia solo como una entidad que influye en la opinión pública y en la movilización de personas.
En un mundo cada vez más secularizado, hay también tendencias culturales que promueven una visión de la religión y de la Iglesia como meramente ritualista o tradicional, sin reconocer su papel fundamental en la vida espiritual y moral de los individuos y las comunidades. Ese enfoque cultural puede minimizar la importancia de la fe, enfocándose en la Iglesia solo como una institución histórica o cultural. También, desde una perspectiva meramente económica, con alguna frecuencia, la Iglesia es presentada como una organización con recursos e influencia, comparada a otras corporaciones o entidades.
Estas perspectivas nos obligan a presentar y meditar lo que en verdad es la Iglesia, fundada y querida por el Señor.
Poco reflexionamos sobre la Iglesia como “Sacramento” a través del cual se hace presente la iniciativa eterna del Padre, manifestada a la humanidad y realizada en Cristo. Cuando hablamos de sacramento decimos que “la Iglesia es signo, pero no es sólo signo; en sí misma es, también, fruto de la obra redentora” (Juan Pablo II, 27 noviembre 1991).
En este sentido, la Iglesia no es solo un medio para alcanzar la salvación individual, sino que es, en sí misma, la presencia y el instrumento del amor redentor de Cristo en el mundo.
Jesús habla sobre su Iglesia y su propósito sobre ella al decir a Pedro: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16,18).
El Señor funda una comunidad fuerte y firme, una comunidad que trasciende la simple agrupación de personas y se convierte en un signo visible de la salvación y de la gracia de Dios en el mundo. La Iglesia, edificada sobre la roca de Pedro, es un sacramento de comunión, una manifestación visible de la comunidad de creyentes unidos en Cristo.
Entender la Iglesia como sacramento nos invita a ver más allá de sus estructuras visibles y humanas. Es un recordatorio de que la vida cristiana es, esencialmente, una vida en comunidad, donde la gracia de Dios se manifiesta y se experimenta de manera tangible en la unión de los creyentes.