Eduardo Flores Buitrago
Abogado
Es una satisfacción escuchar, cada vez que algún país menciona a Costa Rica, que somos reconocidos por tener una de las democracias más estables de América Latina. No contamos con ejército, tenemos un Premio Nobel de la Paz, y, en general, la nación es un referente en la región. Todo esto es una realidad que debemos apreciar, cuidar, preservar y, sobre todo, mejorar.
Sin embargo, hoy nos enfrentamos a un desgaste de los partidos políticos tradicionales. Han surgido nuevos partidos emergentes, pero muchos de ellos no logran cautivar a sus militantes ni atraer a una cantidad significativa de electores. En gran medida, los principios doctrinarios que alguna vez dieron forma a esos partidos se han perdido, reemplazados por intereses personales y, lamentablemente, por el clientelismo político.
Las instituciones deben crecer, evolucionar y adaptarse a la globalización y a las nuevas demandas sociales. Es fundamental que se transformen para ser más transparentes, competentes, eficientes y participativas. Solo así podrán marcar la pauta entre los gobernantes y la ciudadanía, generando un puente de confianza y colaboración.
Este fenómeno no se limita a si un partido es de derecha, centroizquierda o izquierda. Los cambios que estamos viviendo son parte de un proceso que todas las sociedades democráticas deben atravesar. Hoy en día, muchos electores respaldan a partidos que carecen de una doctrina clara, sin fundamentos sólidos que garanticen la estabilidad democrática.
Son seducidos por discursos que surgen del descontento y la frustración, que rechazan a quienes han gobernado el país. La apatía y la falta de confianza en las instituciones han llegado al punto en que muchos ciudadanos optan por no ejercer el derecho al voto como una forma de protesta.
Actualmente nos encontramos con la antipolítica, no es la negación de la política ni la ausencia de ella, tampoco es una simple apatía o desinterés. Es, más bien, una conducta de desprecio generalizado hacia el sistema político vigente, una desconfianza profunda hacia el poder que puede llegar a imposibilitar la convivencia democrática.
Este fenómeno, como una pandemia, se observa en distintas partes del mundo, donde el desgaste de los partidos tradicionales ha creado un vacío que algunos intentan llenar con nuevas propuestas de liderazgo, pero sin una base sólida que las respalde.
El resultado de esta crisis de confianza afecta directamente al país. Se detiene el avance político, pues el descontento de la población crea un ambiente de estancamiento, lo que se convierte en el caldo de cultivo para nuevos líderes que se presentan como alternativas, sin contar con soluciones claras, sino simplemente como opositores al gobierno en turno.
En una democracia, las discrepancias deben ser aceptadas, pero siempre con propuestas claras y constructivas. El objetivo debe ser siempre el mismo: encontrar el consenso para el bienestar de la nación.
Frente a este panorama de desafíos, debemos permanecer unidos por el bien del país. No es momento de abandonar la democracia, sino de fortalecerla. La democracia es un modelo de organización social planteado por Platón, donde la ciudadanía y el poder deben ir de la mano.
Es esencial fortalecer los mecanismos de control existentes, mejorarlos y adaptarlos a la realidad que vivimos. También es urgente implementar reformas electorales, como la postulación uninominal, que garanticen el equilibrio y la transparencia, asegurando que todos los líderes respeten los principios democráticos.
El descontento social no desaparecerá de un día para otro, ni se callará fácilmente. Siempre habrá críticas y frustraciones, pero nuestra tarea como sociedad democrática es transformarlas en propuestas constructivas que, lejos de dañar, fortalezcan el sistema.
Abandonar la democracia no es una opción.
Por el contrario, debemos aferrarnos a ella y trabajar juntos para mejorarla, asegurando que sea un espacio de participación, de diálogo y de progreso para todos.