Se nos machaca que la democracia es una solución maravillosa, pero esta rutinariamente viola nuestros derechos en vez de defenderlos. Hay un peligro al confundir la palabra “mejor” con “moral” o “bueno”. Decir que un régimen democrático o de mayorías es el mejor entre los sistemas controlados por los políticos, no dice nada sobre si es moral o no.
En la Grecia donde se originó, “democracia” significaba el dominio sin límite de la mayoría sobre la minoría, un sistema donde el fruto del trabajo y la vida de cada persona estaban a merced de cualquier muchedumbre que obtuviera la mayoría del voto en cualquier momento para cualquier fin. O sea que, aunque un déspota ya no tiranizaba a todos, la democracia era aún una tiranía: la de la mayoría sobre la minoría. Esto obviamente no garantizaba la libertad de cada miembro de la minoría. ¿Se siente uno libre cuando es forzado a actuar contra su voluntad por la mayoría de sus vecinos en vez de ser obligado por un tirano?
La protección de la minoría contra la mayoría se intentó en la declaración de independencia de Estados Unidos, que reconocía ciertos derechos inviolables de cada persona. El propósito era precisamente la protección de la libertad de cada persona contra la agresión no solo de un déspota, sino también de la mayoría.
Pero además de que no es la mayoría la que elige, la realidad es que un sistema democrático significa el dominio o gobierno de un grupúsculo de personas y el sometimiento del resto. Significa que todos los derechos van para los individuos dominantes y casi ningún derecho para los demás. Los primeros representan la raza conquistadora y los demás son la raza conquistada.
Como expliqué en otro artículo (Diario Extra 14/3/2013), es falso que la mayoría –la mitad más uno- elige al “ganador” en unas elecciones. En las últimas quince elecciones presidenciales en Costa Rica a partir de 1953, en promedio, el 64% del electorado no votó por quien quedó “elegido”.
Uno nace con ciertos derechos que no deben ser violados por nadie ni estar sujetos a votación, ya que la mayoría no tiene autoridad moral para quitarle sus derechos a la minoría -y la minoría más pequeña del mundo es el individuo-.
No importa lo justa que parezca una causa, si su logro requiere violar los derechos de una sola persona, entonces esa causa no es justa: es inmoral.
Decir que el derecho de las mayorías es ilimitado equivale a decir que los derechos individuales son inexistentes. Pero si el individuo no tiene derechos, entonces, ¿en qué consiste el derecho de las mayorías? Si el individuo es un cero, ¿cómo puede la multiplicación de ceros ser mayor que cero?
Lamentablemente, muchos adultos tienen la ilusión infantil de que cualquier cosa que desee “el pueblo” es buena y justa solo porque la desea, y que otorgarle sus deseos siempre conducirá al bienestar del país. O sea, adiós a los derechos: la Asamblea Legislativa, elegida por el pueblo, no puede equivocarse. El resultado era inevitable: se crean leyes que violan los derechos de cada persona.
Es que la democracia les otorga a los políticos el poder absoluto sobre toda actividad económica o social, lo que hace ilusorio pensar que exista un derecho de propiedad o cualquier otro derecho que no pueda ser violado en forma arbitraria por los políticos. Ellos controlan todos los medios imaginables de confiscar y gastar el fruto de nuestra labor con criterios políticos y arbitrarios. Todo ese poder se esconde detrás de las palabras mágicas “gobierno democrático”. Pero es más de lo mismo: igual que con un déspota, los políticos tienen poderes absolutos sobre el pueblo y la capacidad de extraerle los impuestos que quieran.
Además, si ser esclavo y ser dueño de un esclavo –o esclavista- son ambas relaciones inmorales, ¿qué importa la diferencia entre tener un esclavista y un millón de esclavos o tener un millón de esclavistas y un esclavo? Lo importante es ser libre.
La verdad es que a lo que la democracia se reduce es a que políticos elegidos por una minoría hacen lo que quieran, y a su vez le dan increíble poder arbitrario a funcionarios estatales no elegidos que no tienen que responderles a los votantes. Esa es la verdadera democracia en acción.
En conclusión, la verdad no se basa en la democracia. El mundo no es cuadrado a pesar de lo que la mayoría “sabía” en 1492. Tampoco la libertad de cada ser humano se basa en la democracia, sino en el respeto de sus derechos.
*Escritor