En el marco del 75 aniversario de nuestra Constitución Política, Costa Rica se encuentra en un momento decisivo que requiere una profunda reflexión nacional.
Aunque una vez fue aclamada como “la democracia más consolidada de la región”, hoy enfrenta desafíos que amenazan con erosionar los cimientos de nuestro sistema democrático.
Esto va más allá de los gobiernos de turno y las decisiones que, como ciudadanos, debemos tomar en los próximos años serán determinantes para el futuro que queremos forjar.
Los síntomas de este deterioro resultan evidentes y preocupantes. Una de cada cinco personas vive en condiciones de pobreza. Si bien se han hecho grandes esfuerzos para bajar este flagelo que ha golpeado por décadas, aún el desafío es grande y falta mucho por hacer.
La violencia y la inseguridad ciudadana van en aumento. La crisis de inseguridad ha remontado con alarmantes cifras de homicidios y con una penetración del crimen organizado que ataca sin reparo a jóvenes, quienes incluso mueren prematuramente sin poder disfrutar de un futuro.
En medio de esta cruda realidad, la confianza en las instituciones públicas se desmorona progresivamente. La confianza en el modelo democrático ha perdido sentido para muchos, a quienes no se les puede culpar, porque viven a diario la ausencia de respuestas a sus problemas.
Con más de 330 instituciones estatales, paradójicamente, los costarricenses perciben cada vez menos respuestas efectivas a sus necesidades cotidianas.
La reingeniería del Estado es urgente. El ciudadano merece instituciones ágiles, que brinden soluciones y no más requisitos inútiles.
La tecnología, con el uso de la inteligencia artificial, debe estar al servicio de las personas, para alivianar la carga y no aumentarla, como ocurre hoy.
Es claro que quienes nos han gobernado por décadas fallaron en muchos aspectos y, si bien tiene el mérito de haber forjado las bases de nuestra democracia, los desafíos y errores se han multiplicado.
El diagnóstico de los expertos es contundente: estamos experimentando un deterioro en las libertades básicas, un incremento en las desigualdades y, más alarmante aún, un aumento en las tendencias autoritarias.
La polarización social, la desinformación y la transformación del sistema de partidos políticos han creado una tormenta perfecta que amenaza con socavar la estabilidad democrática que tanto nos ha costado construir.
Los partidos políticos tradicionales tienen gran responsabilidad. Muchas veces concentrados en intereses particulares, no han sabido medir el cambio de la sociedad ni los retos que se enfrentan. Ocupan una restructuración profunda y que figuras añejas den espacio a nuevas visiones de pensamiento.
Ante este panorama, surge la tentación de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente y reformar nuestra Carta Magna.
Esto es un asunto que se debe analizar con calma y no a la ligera. La historia regional nos advierte que estos procesos no siempre conducen a una profundización democrática; en ocasiones han sido la antesala del autoritarismo.
Sin embargo, nuestra Constitución actual, heredera de la tradición de 1871, si bien ha demostrado su capacidad de adaptación, es necesario analizar si ocupamos más reformas parciales.
El verdadero desafío radica, además de reescribir nuestra Carta Magna, en revitalizar la eficacia de nuestras instituciones y recuperar la confianza ciudadana.
La democracia no es solo un sistema político; es un compromiso con el desarrollo humano y la calidad de vida de todos los costarricenses.
Cuando este compromiso se debilita, cuando las instituciones fallan en dar respuestas efectivas, cuando la corrupción socava la credibilidad del sistema, la democracia misma se pone en riesgo.
En este 75 aniversario, el mejor homenaje que podemos rendir a nuestra Constitución no es contemplar su reemplazo, sino trabajar incansablemente por fortalecer los principios democráticos que representa.
Esto implica renovar nuestro compromiso con la transparencia, la eficiencia institucional y la justicia social, elementos fundamentales para recuperar la confianza ciudadana y asegurar que nuestra democracia siga siendo un modelo para la región.
La historia nos ha mostrado que la democracia costarricense es resiliente. Ahora, el desafío es demostrar que también puede ser eficiente, inclusiva y capaz de dar respuesta a las necesidades de una sociedad cada vez más compleja y exigente. El futuro de nuestra democracia dependerá de nuestra capacidad para enfrentar estos retos sin sacrificar los principios fundamentales que nos han definido como nación.