La cultura, en su sentido más amplio, es una herramienta poderosa para la construcción de sociedades más equitativas, solidarias y conscientes.
No se trata solo de un conjunto de manifestaciones artísticas, sino de un proceso de transformación social que tiene el poder de cambiar realidades, construir identidades y, lo más importante, generar un sentido de pertenencia.
En este contexto, llevar la cultura a las zonas rurales no solo es un acto de justicia social, sino un paso fundamental para la democratización de las oportunidades. La cultura debe dejar de ser un privilegio de quienes habitan en los grandes centros urbanos, como la Gran Área Metropolitana (GAM), para llegar a cada rincón del país.
El esfuerzo del Ministerio de Cultura y Juventud para trasladar el Festival Internacional de las Artes (FIA) a Guanacaste es un ejemplo concreto de cómo la cultura puede ser un puente hacia un futuro más inclusivo, especialmente en regiones como la provincia pampera, que históricamente ha estado al margen de muchos de estos procesos.
La democratización de la cultura no es un concepto nuevo, pero sigue siendo una tarea pendiente en muchos países, incluido Costa Rica. El acceso a las artes y la cultura no debe estar limitado a las grandes ciudades ni a un sector de la población con mayores recursos. Se trata de garantizar que todos los ciudadanos, independientemente de su lugar de residencia o su nivel económico, tengan las mismas oportunidades para disfrutar, aprender y crear a través del arte. En este sentido, el esfuerzo de llevar el FIA a Guanacaste se convierte en una manifestación concreta de esa visión inclusiva.
Es común que, cuando se habla de cultura, se piense únicamente en el acceso a actividades artísticas en la GAM, un lugar que, por su concentración de infraestructura y recursos, acumula la mayor parte de los eventos, festivales y actividades culturales del país. Sin embargo, esta visión centralizada limita la verdadera expansión de la cultura en la sociedad. Las comunidades rurales, como las de Guanacaste, necesitan espacios en los que puedan desarrollarse culturalmente, ya que son en esos territorios donde, muchas veces, las oportunidades de crecimiento personal y colectivo son más limitadas.
La cultura, cuando se lleva a esos lugares, puede convertirse en una herramienta poderosa para prevenir problemáticas sociales, como el narcotráfico, la violencia y la exclusión, que afectan a muchas comunidades rurales.
Uno de los mayores desafíos que enfrenta Guanacaste, como las otras provincias rurales del país, es el alto índice de vulnerabilidad juvenil. Muchos jóvenes de la región no tienen acceso a oportunidades de desarrollo personal o profesional que les permitan alejarse de los peligros del narcotráfico y de la delincuencia organizada. En este contexto, la cultura juega un papel crucial. El arte y la cultura no son solo una forma de expresión, sino que también son poderosas herramientas de transformación social.
El arte tiene el poder de abrir mentes, de mostrar nuevas perspectivas, de ofrecer una alternativa a la realidad de muchos jóvenes que, por falta de recursos o por la carencia de visibilidad de otras posibilidades, terminan siendo absorbidos por redes criminales. Un joven que participa en actividades culturales no solo se conecta con su identidad y su comunidad, sino que también se siente parte de un proyecto más grande, más inclusivo.