Nos preparamos con gran expectativa, todavía viviendo la Cuaresma, para celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
De los acontecimientos que conmemoraremos en estos días santos, brotan enseñanzas que se relacionan con nuestra propia vida. Cristo no solo asumió el dolor de la cruz, sino que experimentó la incomprensión, el rechazo, la descalificación, la calumnia y la persecución. Los doctores de la ley se ensañaron contra él, fue juzgado con dureza. Con la traición de Judas y la negación de Pedro vivenció que hasta los más cercanos lo negaban.
Razón por la cual también los cristianos, por su causa, seremos negados y juzgados. “Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz para acompañarlo en su camino incómodo que no es el del éxito o el de la gloria terrena, pero sí conduce a la verdadera libertad, la libertad del egoísmo y del pecado” (Papa Francisco, Ángelus, 13 de setiembre 2015).
Por Jesús, entendemos que “este camino conduce a la resurrección, a la vida plena y definitiva con Dios, por lo que “decidir seguirle a Él, nuestro Maestro y Señor, que se ha hecho Siervo de todos, exige una unión fuerte con Él”. (Ídem).
Muchos hermanos han sido capaces de recorrer ese camino, han unido su propia cruz a la de Cristo y este anhelo y compromiso se refleja en tantos “que aún hoy sufren discriminación y persecución por su fe … con frecuencia de forma oculta, en el sufrimiento de cada cristiano que, diariamente, une sus sacrificios a los del Señor para la santificación de la Iglesia y la redención del mundo…, en particular, los enfermos, los ancianos, las personas con discapacidad y los que sufren mental y espiritualmente” (Benedicto XVI, Viaje apostólico al Reino Unido, 18 de septiembre de 2010).
Al asumir la “locura de la cruz” como estilo de vida, Cristo nos da su gracia para convertir nuestro sufrimiento en alegría, nuestra muerte en vida; nos hace capaces, incluso, de mostrarnos solidarios con los que sufren para perseverar en la tarea de ayudarlos y acompañarlos.
Y con la confianza puesta en el Señor, digo con San Pablo “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor. 4, 8).
Esta Semana Santa ha de ser motivo para reencontrarnos en torno a la escucha de la Palabra de Dios, las celebraciones litúrgicas y los momentos de piedad popular en la Comunidad de fe.
Pidamos al Señor reanime en nosotros la luz de la fe que nos conduzca por el camino de la “esperanza que no defrauda” (Cf. Rom 5, 1–5), transitando desde la certeza del viernes de dolor al domingo gozoso de Pascua de Resurrección.
*Arzobispo Metropolitano