Las armas nucleares son un peligro y un problema. Los estados con armas nucleares creen en la disuasión nuclear como si fuera algún tipo de religión en lugar de política exterior. Ellos lo miran como si fuera magia que los va a mantener seguros y va a asustar a sus enemigos. Pero las armas nucleares no son un tipo de magia extraña. Son un peligro común que nos amenaza a todos. Una guerra nuclear no sólo causaría daño a aquellos involucrados, sino que esparciría radiación por todo el mundo e incluso podría afectar disminuir las temperaturas globales, afectando las cosechas mundiales.
Los estados con armas nucleares necesitan un amigo quien les diga, firmemente, que estas armas son inaceptables. El Tratado de Tlatelolco prohíbe armas nucleares en América Latina. Su ejemplo se ha seguido por otras naciones alrededor del mundo.
Pero se necesita más. Este Tratado no dice nada sobre la naturaleza de las armas nucleares. No las elogia ni las condena.
La Corte Internacional de Justicia dictaminó la ilegalidad de las armas nucleares. Pero lo que se necesita no es una prohibición ni una declaración de ilegalidad. Lo que necesitamos es una fuerte declaración moral. Los estados con armas nucleares han mostrado que no les importa que algunos países no las permitan en sus tierras o que una corte lejana ha declarado ilegal algunos de sus usos.
Están tan involucrados en sus creencias (sobre las armas nucleares) que no logran escuchar lo que otros les dicen. Sólo una fuerte declaración, preferiblemente viniendo de un amigo, puede escucharse. Alguien tiene que decir qué está bien y qué está mal.
Las armas nucleares deben ser condenadas. En estos fuertes términos. Sin ninguna duda. Todos, en este mundo, deben saber que son inaceptables, bajo cualquier circunstancia. Todas las naciones deben saber que el único camino aceptable es trabajar para eliminarlas lo más rápido posible. Esto no significa “en cien años”.
Costa Rica tiene un rol especial en este debate, pues habla con autoridad, una autoridad moral, en asuntos militares. Al abolir su ejército en 1949, Costa Rica es única. Con respecto a las armas nucleares, la voz de Costa Rica es poderosa. Otros países reconocen la autoridad especial que Costa Rica tiene en esta área y es por esto que, el mes pasado, el costarricense Manuel Dengo fue elegido para dirigir el Grupo de Trabajo Abierto en Ginebra, una comisión extraordinaria formada para tratar de quebrar este punto muerto del desarme nuclear. El liderazgo costarricense, en asuntos nucleares, ha sido reconocido y honrado en todo el mundo.
Por esto ha caído una responsabilidad especial en Costa Rica, la cual necesita la valentía del buen amigo para decirle a los Estados Unidos y a los otros ocho países, con armas nucleares, las malas noticias. Éstas son demasiado torpes como para poder usarse moralmente. Son un arma de guerra inaceptable. Todos estaríamos más seguros sin ellas.
El mundo necesita saber lo que Costa Rica ya sabe: las armas, especialmente algunos tipos de ellas, no son necesarias para mantener seguro al país.