Hoy nos toca defender la democracia liberal y sus frutos en circunstancias difíciles. En la década de los 80 había solo tres democracias en América Latina, a finales del siglo XX solo Cuba no lo era. Ahora sufrimos los asesinatos, destierros, encarcelamientos políticos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el desliz dictatorial de Bolivia y El Salvador y el apoyo a esos regímenes de los gobiernos de Brasil, Colombia, y México.
Hoy está en peligro la democracia liberal con su conjunción de una institucionalidad electoral que genera elecciones libres; de un Estado de derecho que garantiza la dignidad y libertad de todas las personas, el respeto a sus derechos humanos y a los derechos patrimoniales, políticos y sociales, y la inclusividad y oportunidades de progreso para todos sus integrantes; y una cultura capaz de contrapesar el poder del Estado.
Esa amenaza es más poderosa por las fallas del ejercicio democrático y sus consecuencias de bajo crecimiento económico, pobreza, atraso, desigualdad, frustración y pérdida de esperanzas.
También debilitan a la democracia en nuestra región la corrupción y la impunidad, la creciente violencia y el cambio de época que vivimos con sus efectos de aumento de la incertidumbre y desarraigo que generan frustración, miedo y enojo.
En el campo del desarrollo económico, los latinoamericanos no podemos estar satisfechos. No hemos alcanzado los niveles de desarrollo previsibles hace 7 décadas y nos han dejado atrás otras regiones del mundo entonces más atrasadas. Seguimos sufriendo inaceptables niveles de pobreza y somos la región más desigual. La infraestructura es deficiente. La educación pública, baja cobertura y pobre calidad. Los sistemas de salud de muchas de nuestras naciones con la pandemia exhibieron sus debilidades. Muchos programas sociales fomentan más el clientelismo que el apoyo verdadero a las familias.
La mayoría de los intentos de integración económica que se vienen proponiendo desde hace más de 60 años han fracasado. El comercio intrarregional es el más bajo de las regiones, excluyendo África.
Claro que hemos progresado. Hay muchas democracias más que hace 4 décadas, en general los poderes judiciales son más efectivos y usados, hay mayor libertad de prensa, los golpes militares a pesar de los hechos de la semana anterior en Bolivia parecen cosa del pasado, el PIB per cápita de América Latina y el Caribe ha aumentado de $385 en 1960 a $9.474 en 2022 y la pobreza extrema ha disminuido de 15,1% de la población en 1981 a 3,9% en 2022. De 1960 a 2019 antes de la pandemia el alfabetismo de mayores de 15 años ha subido de 73% a 95% y la esperanza de vida de 55 a 75 años.
Pero la verdad es que nuestro crecimiento económico ha sido menor que el de todas las regiones salvo África.
Costa Rica tiene un mejor resultado que ese promedio de América Latina. Pero tampoco es suficiente ni convincente. Además, la seguridad, la educación y los programas de apoyo social se han deteriorado, los servicios de salud y la insuficiente infraestructura amenazan nuestro progreso y bienestar.
Como indiqué también el cambio de época socava fuerza a la democracia liberal.
Se dan cambios en las relaciones familiares, personales, religiosas, empresariales, sociales, políticas, internacionales y son también los muy palpables cambios en las tecnologías que nos sorprenden. Además, este cambio que hoy experimentamos es más veloz.
Cambios que se han dado en nuestros medios e instrumentos, en nuestras leyes y prácticas, …pero que no se han compatibilizado todavía con nuestros modelos mentales, con nuestro acervo cultural y no sabemos todavía cómo interiorizar, cómo domar, cómo aprovechar.
Este cambio de época modifica radicalmente nuestras circunstancias. Si cambian nuestras circunstancias se afectan nuestras actuaciones y sus resultados, lo que aumenta la incertidumbre.
El proceso de cambio también nos desarraiga. Muchas personas pierden la fe trascendente. La urbanización desarraiga de la seguridad de los vecinos conocidos. La transitoriedad y precariedad de la vida del trabajo desarraiga en la seguridad de una relación laboral estable. Los partidos políticos en muchas naciones de Occidente pierden su capacidad de ser crisoles en los que distintos intereses grupales se funden en una visión compartida de futuro, en una concepción del bien común. Las redes sociales facilitan los enfrentamientos.
El aumento de la incertidumbre y el desarraigo producen frustración. Lo desconocido nos da miedo. Frustrados y con miedo, nos enojamos.
Sin el sustento de relaciones humanas y espirituales que nos tranquilicen, confusos y con miedo, se acrecienta la fuerza de los sentimientos, principalmente el enojo, y se apoderan de los pueblos la envidia y el odio. Son condiciones propicias para la violencia. La racionalidad y el amor se debilitan en la acción humana.
Resultados insuficientes en la satisfacción de las necesidades de las personas, y la incertidumbre y desarraigo que resultan del cambio de época debilitan el aprecio por la democracia que es un proceso humano y por ende imperfecto para tomar decisiones colectivas, y se fortalece el mito del macho alfa que convoca a la muchedumbre a darle el poder pues él tiene la solución inmediata.
Vivimos tiempos en los que se agiganta la necesidad de crear consciencia sobre la importancia de defender la democracia liberal.