Esta columna empieza su andadura con el anhelo de aportarle algo que le mueva hacia la utopía, entendida, parafraseando a Eduardo Galeano, como el lugar al que nunca llegaremos, pero cuya travesía nos saca de donde estamos.
Empecemos por sacarnos algunas ideas preconcebidas sobre la cárcel. Vivimos de espaldas a esas paredes que encierran a quienes han roto la ley. El cumplimiento de sus sentencias es incuestionable, el asunto está en si los que estamos afuera sentimos odio por quienes la habitan, porque si la miramos como el “patio trasero” de la sociedad, donde “tiramos” los “desechos” que no queremos recordar, olvidamos también que todo lo que entra a la prisión, tarde o temprano, vuelve a salir.
¿Mano dura? Si esta disuasión funcionara, los países donde aún se aplica la pena de muerte tendrían tasas de criminalidad bajísimas y no es el caso. Para el año 2024, con más de la mitad de delitos contra la propiedad y psicotrópicos, la tasa de prisionalización en Costa Rica rondó las 343 personas por cada 100.000 habitantes. Esto nos ubica en el primer lugar de América Latina y el tercer puesto general entre las naciones de la OCDE; a nivel global en la región solo nos supera El Salvador, que ocupa la primera posición mundial, con unas 1.080 presos por cada 100.000 habitantes.
La cárcel no puede ser un fin en sí misma, debe aspirar a ser un proceso multidisciplinario que provoque esos “clicks” de pensamiento para que cuando las personas retornen a la vida en libertad puedan tomar decisiones diferentes a las que las llevaron ahí. Esto es especialmente urgente al ver las edades de quienes llenan nuestros centros penales, con cerca del 76% menor a 44 años, es decir, gente que podría estar desarrollando un proyecto de vida provechoso para sí misma y para Costa Rica.
Algo que siempre me conmovió fue ver las personas adultas que aprendían a leer y escribir en la cárcel. Más de la mitad de la población penitenciaria no ha alcanzado la educación secundaria, retrato brutal de la periferia en la que vive una parte del país. Clama así por atención que el primer dentista que conocieron varios fue en uno de estos lugares. Es chocante, pero para algunas personas la prisión ha sido la oportunidad de la que estaban hambrientas para sentirse incluidas y convertirse en mejores seres humanos.
La cárcel es la materialización de todas las encrucijadas a las que no llegamos a tiempo para ofrecer, como nación, opciones y condiciones (salud, educación, empleo) que inclinaran la balanza de la voluntad hacia el cumplimiento de la ley, aunque por supuesto, también están quienes delinquen por convicción y que, aun estando en prisión, no manifiestan arrepentimiento. Algunos conocí.
Entender un centro penal pasa por discutir sus causas, procesos y consecuencias, ya lo iremos conversando, porque una buena parte de nuestra paz social descansa en que no demos por perdida la lucha por ninguna persona.
La utopía de hoy: una sociedad que no vea la cárcel como una venganza.