En los últimos días, varias familias han recibido una estocada al puro corazón con las sentencias que dieron a los asesinos de sus hijas, hermanas, cuñadas, sobrinas y amigas, situación que tiene a más de uno pensando si en Costa Rica la justicia es pronta y cumplida.
Hace unos días fue el fallo por la muerte de Luany Valeria Salazar y este miércoles se determinó el destino del acusado de asesinar a Allison Bonilla. Ambos casos tuvieron a la sociedad costarricense en vilo pues se trataba de dos jovencitas que tenían toda una vida por delante y acabaron con ellas de la forma más cruel.
Como ciudadanos, nos preguntamos en qué se basan para llegar a la conclusión de dar estas sentencias después de que al parecer se tuvieron todas las pruebas no solo de cómo fueron asesinadas estas jóvenes, sino de que, y de la forma más cruel, trataron de deshacerse de ellas como si fueran un chunche viejo que perdió utilidad.
A una la enterraron en un patio, envuelta en una bolsa. A la otra la tiraron en un botadero clandestino, ahí a lo que Dios quisiera. Recordemos que eran seres humanos, personas y sobre todo mujeres, que merecían respeto y las ultrajaron, las mataron y las dejaron botadas, con el deseo de que nadie las encontrara jamás.
La última sentencia dada a conocer fue la de la muerte de Allison Bonilla, una muchacha que venía de estudiar cuando un tipo la abordó para llevarla a un lugar alejado, presuntamente para abusar de ella y luego tirarla en un basurero. Pero después de todo esto la justicia, que se supone debe velar por todos nosotros, apenas le dio 18 años de cárcel.
Es urgente revisar cómo, con todo lo acontecido, el tribunal decide calificar lo sucedido como homicidio simple y es que no se trata de cualquier muerte, podría incluso considerarse como un homicidio premeditado, preparado y sobre todo con la intención de desaparecer a la víctima.
Nos piden siempre que confiemos ciegamente en las leyes y quienes las aplican, nos solicitan no tomar la justicia en nuestras manos, pero al final de todo la paz y el alivio de que se castigó el daño, se sacó de las calles por un buen tiempo a una persona que podría causar dolor a otros y se resarció a la sociedad no llegan para las víctimas ni sus familias.
Y genera mayor indignación, pero especialmente dolor en el corazón a los allegados de Allison pensar que, después de sufrir la pérdida, además deben lidiar con que el victimario tenga una condena corta, que puede ser reducida aún más por su buen comportamiento debido al año carcelario, y que rápidamente pueda andar en libertad con la posibilidad de que, en lugar de haber escarmentado, más bien aprendiera nuevas mañas dentro de la cárcel y salga a cometer más crímenes.
La Encuesta Nacional de Violencia Contra las Mujeres, de la Universidad de Costa Rica y el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), reveló que el 58% de las costarricenses ha sufrido un ataque de violencia sexual o física en su vida.
Como sociedad, tenemos mucho que trabajar primero. Debemos empoderar a las mujeres y educar a toda la población para que algún día, y ojalá pronto, ninguna niña, jovencita, señora ni anciana costarricense sufra por violencia o abusos y también debe trabajarse en enseñarles a los hombres de la casa que cuando una fémina dice no es no, pero principalmente que les corresponde verlas como personas y no como objetos.
Se torna vital que todos los seres humanos respetemos a nuestros semejantes y aprendamos que la vida de los demás no está en nuestras manos ni menos podemos arrebatársela cuando nos plazca.
Lastimosamente en los últimos meses, cuando menos lo esperamos, los medios publican la lamentable noticia de que otra mujer ha sido asesinada por su pareja, el ex o algún obsesionado.
Como país, debemos evitar la normalización de semejantes conductas porque de lo contrario caeríamos al nivel de otras naciones donde la mujer no tiene valor. Todavía estamos a tiempo de tomar el toro por los cuernos y hacer que estos casos no se conviertan en cosa de todos los días.
La violencia no puede tener espacio en los hogares, en los lugares de trabajo, en las calles, tampoco en las actividades diarias. No es una conducta justificable, menos por asuntos de género o edad.
Las agresiones a las mujeres no comienzan con ojos morados y cortes hechos con arma blanca, la muerte es el punto final de un abuso continuo que muchas personas observan, pero callan. ¡Basta de inacción y silencios cómplices!