Con enorme tristeza comparto el dolor por la muerte de José León Sánchez.
Mi primer contacto -desde lejos- con ese magnífico novelista lo tuve por la suerte de estar en el Consejo de Gobierno de don José Joaquín Trejos cuando decretamos su indulto a instancias de quien había sido procurador de ese gobierno y en ese entonces era ministro de Trabajo, Francisco Chaverri, por “error evidente en la aplicación de la ley”.
La revisión y anulación de la infame sentencia condenatoria solo se logró después de casi 50 años de injusticias que resultan imposibles de narrar incluso para su pluma, cuando logró que se revisara su caso y la Corte Suprema de Justicia y la Sala III lo declararon en 1999 absuelto de toda pena y responsabilidad.
Por ese motivo me había tocado avergonzarme de los oprobios y la crueldad de la persecución, tortura y prolongado encarcelamiento que tuvo que sufrir.
José León es un escritor costarricense admirado y reconocido internacionalmente, con una obra amplísima que en mucho sobrepasa los estrechos límites culturales de nuestra querida Costa Rica. Pero su obra y su vida son muy costarricenses.
Él ha sido y seguirá siendo símbolo de la lucha contra la injusticia, la opresión social y la inhumana violación de los derechos humanos por parte del poder judicial y el sistema penitenciario. Acusado del robo de la Virgen de los Ángeles y del asesinato de un guarda cuando sólo tenía 19 años, el periódico La Nación lo condenó como el “Monstruo de la Basílica”.
La policía le arrancó una confesión a punta de crueles torturas físicas; todos los abogados se negaron a defenderlo y no se le permitió ni siquiera tener copia de su expediente judicial. Sólo por la intervención de quien después fuera arzobispo de San José, Carlos Humberto Rodríguez, se salvó de una lobotomía, pero sufrió tortura, humillación y degradación en las tenebrosas celdas de La Penitenciaría y de la Isla de San Lucas desde 1950 hasta 1969.
Había crecido en el Hospicio de Huérfanos, a pocas cuadras de la casa de mis padres.
Esa cruel historia no le impidió indignarse ante la persecución a otras personas. Sin conocerme se convirtió en mi voluntario defensor.
En los días en que fue más feroz la persecución en mi contra levantó su pluma en defensa de mis derechos humanos.
José León Sánchez publicó su artículo El Linchamiento en el Semanario Universidad del 19 de noviembre del 2005 y así dijo:
“A veces uno no entiende a nuestro pueblo y menos la mente de los periodistas.
Es un pregón cotidiano -ese hecho también histórico- declarado por nuestro ilustre mandatario don Abel Pacheco, donde se nos cuenta que cada día se reciben en Casa Presidencial no menos de 500 felicitaciones en las que gente humilde, hombres de fama, y hasta niños felicitan a don Abel por haber pregonado su ejemplo de no hablar, no saludar, no recordar al amigo de ayer, Miguel Ángel Rodríguez…
Si yo fuera su abogado solicitaría desde ya la anulación de todo juicio contra él. Pues, con base en la tortura se le ha reducido a la más humillante condición que un expresidente haya recibido en la historia de nuestro país.
Es penoso ver y escuchar a periodistas rendidos no por mala fe, sino por ignorancia, sentirse fiscales y jueces ante un ser humano humillado, ofendido, martirizado”.
Más adelante, el 12 de enero de 2006, José León en este DIARIO EXTRA publicó El juez, el reo y el mendigo, criticando el inconcebible informe del fiscal general Dall`Anese, ante mi solicitud de habeas corpus invocando la improcedencia de mi captura, pues había una orden judicial indicando que no se hiciera mientras yo fuera Secretario General, cargo que ostentaba cuando ingresé al país. No se trataba de invocar inmunidad alguna. José León señaló: “La Fiscalía General de la República, su contraparte, inició una interminable forma anómala de acusar en donde la palabra INMUNIDAD se podía leer setenta y cinco veces”. Este valeroso defensor logró visitarme en La Reforma en dos oportunidades gracias a su insistente perseverancia ante las autoridades penitenciarias. Pude así disfrutar con este extraordinario escritor que, a pesar de su amarga, cruel y larga experiencia de dolor y agravio en las cárceles de Costa Rica, no tuvo reparo en volver a visitar un presidio para poder oír mis experiencias y brindarme su apoyo moral y solidaridad humana. =Me llevó varios de sus libros, que pude disfrutar en la soledad del calabozo. Su obra Cuando nos alcanza el ayer me fortaleció para seguir dando mi batalla, a pesar de los reveses sufridos en la defensa de mis derechos fundamentales: si ante tanta brutalidad y tortura José León había peleado sin tregua hasta alcanzar su total victoria casi 50 años después, ¿cómo iba yo a darme por vencido?
Los libros me permitieron quedármelos. Pero no una máquina de escribir que generosamente me llevó para que no tuviera que contestar a mano las cartas de apoyo que recibía. ¿Sería que era un arma peligrosa?
Dios tiene a José León en Su Gloria.