De regreso a su aldea de Emaús, dos discípulos defraudados y sin esperanza, conversan de lo acontecido en Jerusalén y de sus truncadas expectativas mesiánicas puestas en el Nazareno que había sido crucificado. Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Escucha primero sus penas que los llevó a la frustración y a la tristeza, “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto…”, para luego explicarles las Escrituras y cómo estas se relacionaban con él. Luego ellos, de un modo natural le piden “Quédate con nosotros” y Él aceptó. Jesús partió el pan y allí, finalmente, se abrieron los ojos de sus discípulos.
“En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del ‘Pan de vida’, con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de ‘estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo’” (cf. Mt 28,20) (Juan Pablo II, Mane Nobiscum Domine, introducción).
Así, el Señor Resucitado se ofrece como compañero de camino, dando su tiempo y apoyo al que lo necesita, para aliviar el sufrimiento y compartir palabras de aliento y ánimo.
En la Eucaristía, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección y en ella se le conoce y se le recibe en persona, como “pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,51).
Él es un rayo de luz que despierta la esperanza y, poco a poco abre nuestro espíritu al conocimiento de la verdad. Por ello, los mismos discípulos más tarde atestiguan cómo “ardía” su corazón mientras Jesús les hablaba. “En el relato evangélico, percibimos la trasformación de los discípulos a partir de algunas imágenes sugestivas: los corazones que arden cuando Jesús explica las Escrituras, los ojos abiertos al reconocerlo y, como culminación, los pies que se ponen en camino”.
Cuando reconocemos a Jesús “al partir el pan” somos liberados de la tristeza y del vacío interior, pues “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n.1). No es posible encontrar verdaderamente a Jesús resucitado sin sentirse impulsados por el deseo de comunicarlo a todos. Contemos y testimoniemos nuestra experiencia de vida en el Señor, sobre todo en los tiempos actuales en que experimentamos el gran reto y responsabilidad de acompañar a nuestros hermanos en el proceso de la fe. Comprendemos que no solamente es una palabra que debemos pronunciar, sino una vida que se convierte en mensaje.
Este mundo no podrá avanzar si no se deja acompañar por Cristo.
*Arzobispo Metropolitano