El 12 de marzo mis paisanos de las Islas Falkland y yo despertamos a un nuevo futuro. Nuestro país alzó su voz. Déjeme que aclare que, treinta años después de la invasión brutal de nuestro hogar, la población de las Islas Falkland tan solo quiere mantener con Argentina una relación de buena vecindad fundamentada en nuestros intereses comunes y respeto mutuo.
Nos hemos ofrecido para sentarnos a tratar nuestras diferencias, tal y como deberían hacer las naciones del siglo XXI. Pero el gobierno de Argentina prefiere no establecer contacto con nosotros, despreciando a nuestra gente como si fuéramos unos colonos que ocupamos estas Islas o, tal y como dijo hace poco en Londres el ministro argentino de Relaciones Exteriores, fingiendo que no existimos. El referéndum de esta semana, que ha situado a la población de las Islas Falkland bajo el foco de la atención internacional, es nuestra respuesta directa a la política de repudio y menosprecio de la presidenta Kirchner.
El referéndum envía un mensaje claro a toda la comunidad internacional: es un “sí” rotundo a nuestro deseo de seguir siendo territorio británico de ultramar. Esta es la voluntad de los isleños, una decisión que ha sido expresada con toda libertad y de forma inequívoca. También constituye, tal y como queda recogido en la Carta de las Naciones Unidas, nuestro derecho democrático, que no va a variar por mucha presión que ejerza el gobierno de Argentina.
Hemos avanzado mucho desde nuestro pasado colonial. La relación que mantenemos ahora con el Reino Unido es una relación moderna, basada en valores democráticos, y este vínculo está en constante evolución, al igual que nosotros. Nuestra sociedad está formada por europeos, tal y como ocurre con la sociedad argentina. Y, también como en el caso de Argentina, nuestra sociedad es abierta y cada vez más cosmopolita. La embajadora de Argentina en Londres, Alicia Castro, desdeña nuestro referéndum como “el voto de los británicos a favor de ser británicos”. ¡Qué poco sabe de nuestras islas! Más de veinte nacionalidades diferentes votaron en este referéndum. Entre las personas que votaron había argentinos, chilenos, norteamericanos, rusos y británicos, pero todos isleños de las Falklands.
Por lo que vamos a ser claros: no estamos sometidos al yugo de una potencia colonial. No permanecemos aquí en contra de nuestros deseos. No somos una población implantada, que esté suplantando de forma ilícita a la población indígena de origen. Estas islas han sido nuestro hogar durante casi ciento ochenta años. Los vínculos familiares de algunos de nosotros se remontan nueve generaciones, mucho más que los de algunos argentinos que nos acusan de ser “implantes extranjeros”. Somos una comunidad orgullosa y próspera. Y somos personas con derechos.
El gobierno de Argentina dice que respetará nuestros intereses, pero discúlpennos si preguntamos: ¿quién determinará esos intereses? Sin duda, solo nosotros podemos hacerlo. La voluntad libre y expresada democráticamente por la población no puede ser ignorada por Buenos Aires por considerarla una verdad incómoda. En efecto, es absurdo pensar que una sociedad entera puede hacerse “desaparecer” de esta forma. Representa lo peor de la mentalidad colonialista del siglo XIX que tanto critica, supuestamente, Argentina.
En estos momentos, hemos iniciado un nuevo capítulo de nuestra historia, uno que mira hacia el futuro y no hacia el pasado, y que se centra en edificar un hogar para las generaciones venideras. Nos centraremos en el crecimiento de nuestra economía, y nos esforzaremos para que nuestra industria petrolera se desarrolle de forma respetuosa con el medioambiente. Seguiremos concediendo una importancia primordial a la sanidad y a la educación, y ayudando a nuestros jóvenes a alcanzar su pleno potencial.
En este futuro existen oportunidades para Argentina. Trabajando juntos, tal y como solíamos hacer, las dos partes podemos tener más éxito y ser más prósperas. Pero en lugar de construir puentes, Argentina levanta más obstáculos. El gobierno de Argentina ha buscado la manera de restringir nuestras comunicaciones con el resto del mundo, para perjudicar a nuestras industrias e intimidar a nuestras gentes. Pero lo único que han conseguido es reforzar nuestra determinación. Nuestra libertad no puede sernos arrebatada; nuestros derechos humanos no serán sacrificados.
Por lo que esta semana, el pueblo de las Islas Falkland ha expresado su opinión. Ha llegado el momento de que los demás países del mundo, aquellos que respetan la democracia y las libertades políticas, se pongan en pie y nos presten su apoyo. Como pueblo hemos hablado; mi más sentido deseo es que ustedes nos escuchen.