Hoy en América Latina, según el más reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), 49 millones de seres humanos, entre ellos niños, padecen hambre.
La población mundial continúa en ascenso. Somos 7 mil millones de habitantes y para el 2050 habremos superado los 9 mil millones. Se requerirá de un 50% a un 60% más alimentos disponibles que en la actualidad. Entonces, por un lado, se requiere más espacio para habitar y alimentos para más bocas, y por otro, hay menos tierra para cultivar.
El reto es evidente e impostergable: alimentar al mundo con agricultura sostenible. En esa meta, lejos de satanizar la innovación tecnológica, deberíamos valorar su papel como aliada humanitaria. Esa función es comprobable a lo largo de décadas.
Ciencia de los cultivos
Primero fue la Revolución Verde (1940-1970), cuando el agrónomo estadounidense Norman Borlaug realizó experimentos con arroz, maíz y trigo, entre otros granos, para mejorar las variedades. Con la ayuda de fertilizantes, agua o mejor irrigación, insumos agrícolas y nuevos procedimientos, la producción pasó a ser de dos a cinco veces superior que con las técnicas y variedades tradicionales de cultivo.
Por ejemplo en cereales, en América Latina el rendimiento promedio por hectárea subió de 1,3 a 2,8 toneladas entre 1950 y 2010.
De acuerdo con el Informe sobre el Desarrollo Mundial del año 2008 del Banco Mundial, gracias a los aportes tecnológicos, entre 1980 y 2004 el Producto Interno Bruto (PIB) correspondiente a la producción agrícola creció a nivel mundial un 2% por año, más que el crecimiento de la población: 1,6%.
Hoy, sin la ciencia de los cultivos, específicamente sin control de plagas, la producción agrícola caería entre el 20% y el 40%, según la FAO. Otros estudios muestran mayor impacto.
En materia de precios, datos avalados por el Fondo Monetario Internacional señalan que el aumento de la productividad agrícola contribuyó al descenso de los precios de los alimentos por décadas, a pesar del aumento en los últimos años.
América Latina, la despensa
El reto de alimentar a la población mundial con una agricultura sostenible recae en parte en América Latina. Esto exige que los nuevos procedimientos tecnológicos aplicados a la agricultura permitan enfrentar los cambios climáticos, aliviar la dependencia de los combustibles fósiles y a la vez disminuir la huella ambiental, así como hacer un uso adecuado del agua y producir alimentos más seguros.
El reto no es nada fácil y América Latina tiene la oportunidad de aumentar su productividad agrícola y proveer de alimentos al mundo. De acuerdo con investigaciones del Banco Mundial, Latinoamérica y África son las regiones con más potencial (36% y 37%, respectivamente) para la expansión agrícola, muy por encima de Europa del Este y Asia Central (17%).
Brasil y Argentina continúan consolidándose como potencias agrícolas mundiales por su fuerte producción de cereales. México, Chile y Perú se destacan por sus exportaciones de frutas y vegetales. Latinoamérica es líder mundial en la producción de café, flores y banano.
Este desempeño se ha logrado por el uso y transferencia de tecnologías, prácticas agrícolas adecuadas, infraestructura disponible y acceso a mercados internacionales, entre otros factores.
Aunque otros países de la región destinan el mayor porcentaje de su producción agrícola al consumo interno o al comercio subregional, y tengan dificultades para exportar, en general todos hacen esfuerzos para ganar competitividad.
Situación costarricense
Si bien es cierto Costa Rica figura en los primeros lugares de Latinoamérica en educación, índices de innovación, de desarrollo socioeconómico y hasta como la nación más feliz del mundo, a inicios de octubre de 2012 la FAO señaló que en este país, al igual que Guatemala y Paraguay, hubo un estancamiento o deterioro en las metas de reducción del hambre fijadas en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que persigue reducir a la mitad para 2015 la cantidad de personas que pasan hambre en el mundo (hoy 870 millones).
Recientemente la Contraloría General de la República cuestionó la capacidad estatal para fortalecer el agro. Las reacciones de los ciudadanos apuntaron la superación del rezago institucional y la necesidad de invertir en investigación como formas de recuperar la época dorada del sector agrícola costarricense.
Sin duda en Costa Rica como en América Latina deben trabajar de forma conjunta organizaciones internacionales, empresas, productores agrícolas y gobierno. Hay que analizar responsablemente los avances tecnológicos que se aplican en otras regiones, como la biotecnología, la labranza mínima, el manejo integrado de cultivos, los sistemas de riego más eficientes, la nutrición y la protección de los cultivos.
La producción sostenible de más y mejores alimentos es un imperativo que involucra a toda la cadena agrícola, a gobiernos y consumidores.
*Presidente CropLife Latin America