El exceso de información, lejos de traernos paz y sosiego, nos conduce a un estado de ansiedad y duda que en nada contribuye a que nos sintamos seguros. La cantidad de datos que nos llegan a través de los medios y las redes, las noticias, unas falsas y otras reales, las imágenes de las ciudades vacías por un lado y nuestras carreteras llenas de autos, nos confunden y abruman.
Y por si no fuera suficiente los comentarios nocivos y llenos de ira que unos hacen por ignorancia, politiquería, cálculo o maldad nos quitan la paz y siembran el miedo, ese que mina nuestro sistema inmunológico, ese miedo que arranca a poquitos la fe y la esperanza a la que estamos aferrados.
Qué difícil alejarnos de las redes cuando estamos ansiosos por obtener información para protegernos y proteger a los que amamos. Qué difícil no estar atento a las noticias que brotan como abejones de mayo en el Facebook o las que ingenuamente se reproducen en WhatsApp sin verificar su autenticidad o intención. Qué difícil no angustiarse cuando leemos sobre las más oscuras teorías de conspiración, que nos hacen temer por la humanidad y poner en duda la integridad de científicos, economistas y gobernantes.
Las recetas mágicas abundan, que si hacer gárgaras con esto o con aquello, que si comer tal o cual fruta, que si hidratarse en exceso o alcalinizar nuestro organismo, y no faltan las expectativas que se han creado alrededor de medicamentos cuyos resultados no han sido certificados. Hoy no tenemos muy claro si el uso de mascarillas es o no recomendable para los no infectados y si debemos usar guantes desechables para ir al súper o dejar su uso solo para quienes tratan con pacientes.
Algunas de estas recomendaciones son inofensivas como hidratarse, tomar jugo de limón o hacer gárgaras de agua con sal, pero otras no sabemos qué efecto pueden tener en nuestro organismo, especialmente si se toman medicamentos no prescritos por un médico.
La sobreinformación nos está llevando a un punto en que hemos dejado de ver y hacer lo que verdaderamente es importante y atender la información fidedigna que emana de las autoridades que tienen a cargo la atención de la crisis. Todos los días se nos brinda información sobre la situación en nuestro país, emiten directrices, desmienten información falsa y nos piden solo una cosa: que permanezcamos aislados en la medida de lo posible… no es tan difícil.
A pesar de ser tan simple la instrucción, no falta quien desobedece, quien ignora la gravedad de la situación, quien se empecina irresponsablemente en poner en riesgo su vida y la de los demás. Para estos hay multas y sanciones, pero qué se puede hacer con aquellos que se empeñan en desestimar o falsear la información sin tener la capacidad para hacerlo, peor aún, que buscan desacreditar a las autoridades y poner en duda la capacidad de quienes están al frente con el único fin de “capitalizar políticamente” el momento.
Es cierto que se cometen errores, pero también es cierto que es una situación inédita la que estamos viviendo, nadie sabe exactamente cuál es el mejor camino o la decisión más acertada, todos los días hay una teoría diferente, una nueva investigación, una aparente solución y una nueva amenaza. Y no es atacando como se ayuda al país, sería mejor que en vez de exhibir ambición, frustración o ira por las redes ofrezcan ideas o soluciones viables y duraderas directamente a las autoridades.
Esta pandemia está cambiando al mundo y nada será lo mismo cuando haya pasado; la economía será el nuevo dolor de cabeza y la recuperación tardará no sabemos cuánto tiempo. Hoy hay más incógnitas que certezas y lo único que parece ser cierto es que no seremos los mismos nunca más.
El mundo parece haber entrado en un periodo de hibernación, que nos obliga a repensar nuestras prioridades; que nos ha hecho entender cosas como que la naturaleza necesitaba un respiro; que nos ha obligado a estar de nuevo en familia; que nos ha hecho sentir la necesidad de ser solidarios, empáticos y compasivos.
Tal vez, conforme pasen los días, aprendamos a ser más prudentes y honestos en el manejo de la información; a ser críticos, pero no criticones, a ser comunicativos, pero no chismosos; a ser sensatos en nuestras observaciones, justos en nuestras apreciaciones y severos al momento de analizar aquello que vamos a compartir. Cuando aprendamos estas lecciones habremos aprendido una valiosa lección de responsabilidad.