Los “leprosos” de nuestros tiempos reclaman la solidaridad y misericordia de la Sociedad Civil y del Estado, para salir de su infrahumana forma de vida.
Como socialcristiano, identificado con el respeto a la dignidad del ser humano, la solidaridad, la justicia social, la defensa y promoción del bien común, escribo, en esta oportunidad, sobre la denigrante realidad social de miles de seres humanos, convertidos en llamativa y penosa situación social, en buena parte de los cantones del país.
La indigencia -por debajo de la pobreza extrema- no la conocimos en nuestra niñez ni juventud. Cierto que había pobreza; pero en las calles solo observábamos a los llamados “chicheros”, “enchorpados” (ambos costarriqueñismos), en ocasiones, por los policías para que pasaran la crisis y luego los liberaban.
Hoy, con el desempleo, la pobreza extrema, la baja escolaridad, la excesiva inmigración en nuestro país, la drogadicción, la reiterada reducción de presupuestos para el Sector Social, la indigencia es harto notoria, pues los indigentes están presentes en parques, calles y aceras de nuestras ciudades. Tocan puertas de viviendas en busca de generosa ayuda. Lamentable situación que debería golpear la conciencia y responsabilidad social de quienes vivimos en mejores condiciones humanas, de los concejos municipales, iglesias, organizaciones sociales y gobernantes, al tenor de principios y valores cristianos.
En honor a la verdad, ya hay municipalidades que, antes y después de la aprobación de la Ley 10.009, modificante de dos artículos del Código Municipal, han dado el banderazo de partida en la humana y cristiana atención a los indigentes, también hijos de Dios, excluidos, ignorados y abandonados de la sociedad, cristiana atención independiente de las causas de su inhumano vivir. Es de esperar que, a la luz del mandato de esta ley de la República, las municipalidades también implementen programas de rehabilitación social en los alberges temporales, en alianzas con organizaciones civiles y otras instituciones del Estado, a efecto de que no solo sean los humanitarios programas asistencialistas, sino también una luz de esperanza para quienes, rehabilitados, puedan construirse mejores condiciones de vida. ¡Los hay rehabilitados!
La sensibilidad social y la solidaridad de personas, organizaciones e instituciones, así expresadas en favor del prójimo, resultan admirables y merecen todo reconocimiento, porque, con seguridad, han valorado que esos hombres y esas mujeres, viviendo en condiciones infrahumanas, son seres humanos con dignidad y derechos a tener una mejor vida. Personas que podemos tenerlas por los “leprosos” de nuestros días.
Al existir dicha ley que autoriza a las municipalidades a ocuparse e invertir en alberges temporales, es pensable que, en aquellos cantones adonde esté presente la indigencia, estas procedan a tender la fraternal mano a esta población de seres humanos, hijos de Dios, sufriente de dolor, hambre, sed y el deterioro corporal, social y espiritual. Complementados, preferiblemente, con acciones de rehabilitación social. Cuántos de estos indigentes amanecen muertos en las aceras, sin ninguna asistencia y, en casos, mueren en el anonimato.
En términos generales, la conceptualización de la indigencia incluye a personas abandonadas que no tienen recursos económicos propios para llenar sus necesidades primarias ni siquiera para adquirir la canasta básica, las cuales viven o duermen en la calle o en un albergue. Son personas sin acceso a la educación, salud, trabajo digno y remunerado justamente. En este sentido, el Estado y la Sociedad Civil deberán hacer los necesarios esfuerzos para romper, primordialmente, los círculos de pobreza y pobreza extrema que, en ocasiones, son la antesala de la indigencia; así como ser cuidadosos con la inmigración y tesoneros en el combate a la drogadicción.