La corrupción no es exclusiva de la alta nomenclatura de nuestro sector público, ni de la clase política, ni tampoco de los sectores económicamente poderosos, como históricamente han pretendido hacernos creer algunos dirigentes sindicales. Señores estos, que por cierto forman parte de una clase privilegiada que cree que este país está obligado a cumplirles todos sus caprichos financieros, que en su mayoría salen de los bolsillos de una clase trabajadora, que no disfruta de sus gollerías.
Las publicaciones que hace pocos días hizo el periódico La Nación sobre las incapacidades de los trabajadores del sector público son alarmantes y posiblemente muestren el escándalo de corrupción más grande de este país. Caso que no abarca ni a los poderosos, ni a los políticos, sino a un sector envidiablemente mayoritario de los “humildes y honestos” trabajadores del sector público, quienes viven más incapacitados y recibiendo el salario que les pagamos todos los costarricenses que trabajando, como es su obligación moral.
40 AÑOS 131 DÍAS SIN TRABAJAR
Catorce mil setecientos treinta y un días de incapacidades dentro de la planilla del Instituto Nacional de Seguros, donde más de la mitad de ésta se incapacitó en el año 2012, significa algo vergonzoso y escandaloso. Pues si dividimos estos 14.731 días de incapacidades entre 365 que tiene cada año, nos da como resultado que estos empleados, que pagamos todos, no trabajaron durante cuarenta años y ciento y treinta y un días. Pero esto, que parece más un asalto al erario público que un reclamo justo de incapacidades, también se da en Recope, Japdeva, Ministerio de Salud Pública, Ministerio de Educación y la propia Caja Costarricense del Seguro Social, etc. Aquí quiero rescatar a aquellos trabajadores que verdaderamente se enferman y que deben incapacitarse, en este rubro los educadores son los que mayormente sufren problemas de salud verdaderos, aunque es evidente que también hay mucho abuso que debería ser corregido, pues si alguien está obligado a predicar con el ejemplo son nuestros educadores, tener más de seis años de vivir incapacitado, pone en duda su honestidad, con las excepciones que siempre existen. Ahora, cuales son las razones de este abuso, el primero de ellos es la falta de honestidad, que se ve alimentada por el pago completo de sus salarios que hacen estas instituciones a sus trabajadores cuando se incapacitan. Pero claro, otros son los que abusan del poder, de las arcas públicas, otros son los ladrones y destructores de las instituciones públicas, ¡vaya cinismo!
DE QUIÉN ES LA CULPA
La culpa de este relajo, sospechoso de estar pringado de una corrupción premeditada en la mayoría de los casos, la tienen dos sectores de la administración pública. El primero de ellos es la alta nomenclatura institucional, que hasta ahora le ha importado un pito, el que se succionen los dineros de los costarricenses de manera tan descarada. Porque no es posible que no actúen en defensa de las instituciones que dirigen, ante un abuso tan evidente. Conducta tan irresponsable debería ser llevada a los estrados judiciales correspondientes, donde la Procuraduría de la Ética debería tener un papel fundamental.
REPROCHABLE CONDUCTA SINDICAL
El otro sector responsable de este abuso con las incapacidades es la dirigencia sindical y sus afiliados, dirigentes que pierden toda credibilidad moral, pues no es posible afirmar, que el alto número de incapacidades se debe al estrés que padecen los empleados públicos en sus trabajos. Se necesita ser un alumno aventajado del cinismo para hacer semejante afirmación. Si bien, conocemos a funcionarios que son ejemplo de honestidad laboral, esto es la excepción y de eso es testigo todo este país, que en algún momento ha sido víctima de una burocracia displicente y vagabunda. Una dirigencia sindical honesta, en lugar de salir a apoyar el abuso en las incapacidades, debería hacer un llamado a sus afiliados en defensa del interés nacional, debería tener comités de control para vigilar la calidad en el servicio público y el comportamiento ético de sus afiliados, así se podría creer en ellos, así tendrían autoridad moral para criticar y pedir. El silencio de unos y el cinismo de otros, solo confirman la magnitud de su hipocresía.
*Periodista