En Costa Rica, el crimen organizado encontró una grieta perfecta en nuestro sistema penal: la edad. Y los delincuentes lo saben. No lo dicen, pero lo tienen clarísimo. Que si el que dispara tiene 15, no pasa nada. Que si el que reparte droga tiene 14, no pasa nada. Que, si el que extorsiona, roba o ataca es un muchacho, el castigo será mínimo, si es que llega.
Y sobre esa grieta han construido una autopista. Hoy, muchos adolescentes están siendo reclutados con una mentira peligrosa: “Tranquilo, usted es menor. La ley no le aplica, no le va a pasar nada”. Y claro, el crimen aprovecha, porque ha aprendido a usar nuestra propia legislación como escudo.
Reclutan niños y jóvenes que serán usados como peones, como carne de cañón, como herramientas de un sistema perverso que castiga poco al niño que ejecuta y casi nunca al que recluta. Pero ser menor de edad no puede ser sinónimo de impunidad.
La juventud no puede utilizarse como excusa para justificar que alguien mate o destruya una vida. No importa si tiene 15 o 50 años: debe responder. Porque si el crimen no encuentra consecuencias, lo que encuentra es campo fértil para seguir avanzando.
¿Qué hacer?
Costa Rica necesita apuntar con firmeza a dos frentes. Primero: una reforma valiente y urgente a la legislación penal juvenil. No para castigar niños ni para criminalizar la pobreza, sino para eliminar la ventaja legal que hoy está siendo usada como anzuelo para reclutar a nuestros jóvenes con promesas de poder, dinero e impunidad.
Y segundo: presentar una verdadera oferta que sea más atractiva que la oferta criminal. Una que les devuelva la esperanza en su propio futuro, con educación que sirva, con cultura que inspire, con deporte que forme, con tecnología que abra oportunidades.
Los jóvenes deben volver a creer que vale la pena hacer lo correcto. Que cumplir la ley, respetar a los demás y construir un camino digno tiene recompensa. Para ellos, los que a pesar de sus dificultades eligen aportar a la sociedad, debe estar todo el respaldo. Ahí debe ir el presupuesto: en evitar que crucen la puerta de la ilegalidad.
Pero para quien elige matar por encargo, sin importar su edad, debe caer todo el peso de la ley. Sin excusas. Sin paños tibios.
Porque cada vez que un menor comete un crimen y no pasa nada, no solo estamos premiando el delito: estamos avalando el reclutamiento infantil y traicionando a las víctimas.
Es hora de cerrar esa grieta y recuperar la autoridad.