Miguel Ángel Rodríguez
Expresidente de la República
A todos nos afecta la inteligencia artificial (IA), algunos conocen el intríngulis de sus procedimientos, muchos la hemos usado para buscar información, traducir un texto, pedir la redacción de unos párrafos, relacionar algunos conceptos, hacer un gráfico o una imagen.
Otros se han dedicado a prever el impacto de su evolución en la vida, sus consecuencias éticas, los peligros que podría generar. Hay quienes analizan sus efectos en el trabajo, la distribución del ingreso y el poder. ¿Cómo afectará los servicios de salud, la enseñanza, la guerra?
El reciente 28 de enero los Dicasterios (similares a ministerios del Vaticano) para la Doctrina de la Fe, la Cultura y la Educación emitieron una nota sobre la relación entre la inteligencia artificial y la humana llamada “Antiqua et nova”, en la que utilizan la sabiduría milenaria de la filosofía, la teología y la antropología para aclarar conceptos y derivar consecuencias éticas.
“La tradición cristiana considera que el don de la inteligencia es un aspecto esencial de la creación de los seres humanos «a imagen de Dios».
A partir de una visión integral de la persona y la valoración de la llamada a «cultivar» y «custodiar» la tierra, la Iglesia subraya que ese don debería encontrar su expresión a través de un uso responsable de la racionalidad y la capacidad técnica…” (las citas son del Génesis, primer libro de la Biblia).
Lo primero que aclara este documento es la diferencia entre la IA y la humana. La artificial es un procedimiento, capaz de relacionar temas y conceptos, producir textos e imágenes de una manera admirable, incluso consecuencias no previstas por sus autores, pero no es una persona.
La humana es mucho más que razonar, relacionar conceptos, hacer construcciones lógicas, es también la capacidad de intuir, hacer poesía, diferenciar el bien y el mal. Solo la persona es agente moral.
Pero como la IA “está diseñada para aprender y adoptar determinadas decisiones de forma autónoma adecuándose a nuevas situaciones y aportando soluciones no previstas por sus programadores se derivan problemas sustanciales de responsabilidad ética y seguridad, con repercusiones más amplias para toda la sociedad”.
“… la IA, se entiende en un sentido funcional”. Es un mecanismo, un procedimiento. La inteligencia en la persona abarca toda su naturaleza.
“Las diferencias entre la inteligencia humana y los actuales sistemas de IA parecen evidentes. Si bien, se trata de una extraordinaria conquista tecnológica capaz de imitar algunas acciones asociadas a la racionalidad, la artificial obra solamente realizando tareas, alcanzando objetivos o tomando decisiones basadas sobre datos cuantitativos y sobre la lógica computacional.
Procesa y simula ciertas expresiones de la de los seres vicos, (pero) permanece fundamentalmente confinada en un ámbito lógico-matemático que le impone ciertas limitaciones inherentes”.
Somos seres relacionales, un autofin, pero vivimos en relación con los demás. La inteligencia humana da “la capacidad de conocerse recíprocamente, donarse por amor y entrar en comunión con los otros. Por tanto, no es una facultad aislada, al contrario, se ejercita en las relaciones”.
Como nosotros somos responsables éticos y la IA no, son los creadores, así como quienes usamos la IA, los que debemos asumir la responsabilidad por las consecuencias de usar este instrumento. El arma que sirve para cazar y alimentar a una familia que vive en la jungla también puede ser usada para matar a una persona.
La responsabilidad es de quién la empuña, no del arma.
“Antiqua et nova” desarrolla esas consecuencias éticas de la IA con relación a la sociedad, los vínculos humanos, la economía, el trabajo, la sanidad, la educación, la desinformación, la privacidad personal, el ambiente, la guerra y la relación con Dios.